miércoles, 14 de agosto de 2013

Charles Simic - Sobre Emily Dickinson


EMILY DICKINSON :
CAJAS CHINAS Y TEATROS DE TÍTERES

La conciencia es la única casa de la que sabemos…
Dickinson


Dos imágenes me vienen a la cabeza cuando pienso en los poemas de Emily Dickinson: cajas chinas y teatros de títeres. La imagen de cajas dentro de otras cajas tiene que ver con la cosmología, y los teatros y los títeres con la psicología. Unas y otros están, por supuesto, íntimamente relacionados.
         La íntima inmensidad de la conciencia es la preocupación constante de Dickinson. La imagino sentada en su cuarto durante interminables horas, con los ojos cerrados, mirando en su interior. El hecho mismo de estar consciente ya es estar dividido, ser múltiple. Hay tantos otros yo dentro de mí. El mundo entero viene a visitarnos a nuestra recámara interna. Visiones y misterios y pensamientos secretos. “Qué extraño es todo” debe haberse dicho Dickinson.
         Todo universo está contenido dentro de otro universo. Ella abre cajas, cajas de Pandora. En una encuentra el terror; el sobrecogimiento y el éxtasis en la siguiente. No puede apartarse de las cajas. Su imaginación y su amor por la verdad conspiran contra ella. Hay tantas cajas. De vez en cuando debe haber creído que ya había llegado a la última caja, pero al mirarla con atención ésta revelaba que todavía contenía una caja más. Las apariencias engañan. Ésa es la lección. Ella era víctima de un truco como los somos todos los que deseamos llegar a la verdad de las cosas.
         “Cómo es arriba, es abajo” afirmaba Hermes Trismegisto. Emerson pensaba lo mismo. Creía que la lucidez y el incremento de nuestra comprensión serían consecuencia de esa ley fundamental de nuestro ser. La experiencia del yo que Dickinson tenía era muy distinta. Para ella el yo era el punto de encuentro con paradojas, oximorones e infinitas ambigüedades. Y a todos les daba la bienvenida de la misma manera en que Emerson acogía sus certezas. “Lo imposible, al igual que el vino, estimula”, nos dice ella.
         ¿Creía ella en Dios? Sí y no.
      ¿Quizás Dios es el ingenio creador de todas estas cajas que caben una dentro de otra? Es más probable que Dios sea sólo otra caja. Ni la más pequeña ni la más grande imaginable. Hay cajas de las que ni siquiera Dios sabe nada.
         En cada caja hay un teatro. En él vemos todas las siluetas que el yo y el Mundo y el Universo infinito proyectan. Hay una obra que se encuentra en plena representación, quizá siempre es la misma obra. Sólo la escenografía y el vestuario difieren en cada caja. Los títeres representan las Grandes Preguntas —o tal vez Dickinson les permitía representarse a sí mismos. Se sentaba a contemplarlos, hechizada.
         Algunos teatros tienen un decorado cristiano. En ellos está Dios y su hijo. Está la Inmortalidad y la serpiente en el Paraíso. El cielo es como un circo en uno de sus poemas. Cuando la carpa desaparece, lo que queda son kilómetros y kilómetros de vacío. Mientras tanto, la pasión y el martirologio de Emily Dickinson continúan representándose bajo la carpa y bajo el cielo abierto. En lo que a mí toca, no cabe duda que entre estos títeres ha tenido lugar un sufrimiento real.
         En otros teatros la escenografía podría haber sido pintada por de Chirico. En ellos vemos una obra de sustantivos abstractos escritos con mayúscula y personificados contra un paisaje metafísico de líneas rectas y puntos de fuga. Cifras y Álgebras pasan a los largo de “kilómetros y kilómetros de nada” mientras conversan. “La verdad es calva y helada”, dice ella. La Verdad es un maniquí espeluznante, como también lo sospechaba Sylvia Plath. Este es el teatro del terror metafísico.
La muerta está en todas las obras y también lo está esta mujer. La muerte es una especie de maestro de ceremonias que abre cajas mientras oculta otras en sus bolsillos. El yo está dividido. Dickinson se encuentra tanto en el escenario como entre el público, mirándose a sí misma. “La batalla librada entre el Alma y Ningún Hombre” es lo que todos miramos.
         Que ella logre que todo esto ocurra dentro de la breve extensión de un poema lírico es asombroso. En Dickinson encontramos un tipo de poema lírico que edifica y desmantela cosmologías. Ella sabía que tanto el poema como nuestra conciencia son un teatro. O, mejor dicho, muchos teatros.
         “Quién, salvo yo, sabe quién es Ariadna”, escribió Nietzsche. Emily lo sabía mucho mejor que él.



De El flautista en el pozo (Cal y Arena, 2011)
Traducción de Rafael Vargas

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