viernes, 1 de febrero de 2013

Algunos sueños - Walter Benjamin




Los ruidos en mi habitación siempre me han hecho sufrir sobremanera. Pero ayer por la noche, lo reflejaron mis sueños. Me encontraba ante un mapa y, al mismo tiempo, en el lugar que éste representaba. El terreno presentaba un triste aspecto, tremendamente inhóspito; no podría decir si su desolación era la de los desiertos rocosos o la del vacío fondo gris del mapa, sólo poblado por letras. Unas que describían una curva, como siguiendo la línea de una cadena montañosa; las palabras que se formaban se hallaban separadas unas de otras, unas veces más y otras menos. Sabía, o me di cuenta, que me encontraba en el laberinto del oído. Pero el mapa era, al tiempo, el del infierno.




CERRADO POR REFORMA

Me quité la vida en sueños con una escopeta. Tras dispararme, no me desperté, sino que por un tiempo me vi yacer ahí como un cadáver. Sólo entonces, al fin, desperté.




UNA VEZ MÁS

Soñé que me encontraba nuevamente en el albergue escolar Haubinda, donde me había criado. La escuela se encontraba a mis espaldas, e iba solo por el bosque camino de Streufdorf. Pero ya no existía el sitio donde el bosque terminaba y empezaba el llano donde se desplegaba aquel paisaje —el pueblo y la cima de Straufhain—, y cuando, después de ascender nuevamente, me hallaba sobre un monte no muy alto, vi que del lado opuesto se cortaba casi en vertical, y desde la loma, que iba encogiendo mientras descendía, yo veía el paisaje a través de un óvalo de fronda como en un viejo marco de ébano negro. No se parecía al que suponía. Junto a un gran río azulado estaba Schleusingen, que sin duda se encuentra lejos de allí, más yo no lo sabía: ¿es Schleusingen o Gleicherwiesen? Todo estaba bañado en colores acuosos, pero sin embargo dominaba un negro denso y húmedo, tal como si fuese la imagen del campo, solamente en sueños duramente labrado, donde se hubieran sembrado las semillas para toda mi vida posterior.


   

EL AMANTE

Andaba con mi novia por ahí; íbamos realizando juntamente algo a medio camino entre una escalada y un paseo, y ahora estábamos cerca de la cumbre. Extrañamente, pensaba que esa cumbre era un palo largo que ascendía hacia el cielo, sobresaliendo bastante por encima de la pared de roca. Pero cuando llegamos allí arriba, vi que no se trataba de una cumbre, sino de una meseta atravesada por una ancha carretera, ceñida de altas casas a ambos lados. Ya no íbamos a pie sino en coche, justamente sentados en el asiento trasero, según creo ahora recordar; y es posible que el coche cambiara alguna vez de dirección mientras fuimos en él. Me incliné hacia mi amada para besarla, pero ella entonces no me ofreció su boca, sino solamente su mejilla. Mientras la besaba me di cuenta de que era una mejilla de marfil, longitudinalmente atravesada por unos surcos negros que me impresionaron por lo bellos.




EL CRONISTA

El emperador va a ser juzgado. Pero hay sólo un estrado y una silla, y ahí justo ante ella van interrogando a los testigos. El testigo era ahora justamente una mujer con su hija que iba explicando que el emperador la había arruinado con su guerra. Para corroborarlo mostró dos objetos, que eran ya todo lo que le quedaba. El primer objeto era una escoba con un rabo muy largo; con ella limpiaba su casa la mujer. El segundo era una calavera. «El emperador me ha hecho tan pobre —dijo ella de pronto— que no tengo otro recipiente en el que pueda darle de beber a mi hija».  




De Sueños (Abada editores, 2011)
Traducción de Juan Barja y Joaquín Chamorro Mielke



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