La sensación de estar untado al pasado, cual mantequilla
rancia sobre pan viejo.
El hotel está ubicado al pie de la colina de Shibuya, en
cuyas empinadas callejuelas pululan los llamados “hoteles del amor”, y también
bares, discotecas, restaurantes, sexshops. Veo pasar a parejillas tomadas de la
mano. Mi entrepierna suspira.
La literatura como oficio de hombres desesperados es la que cuenta.
En la noche, mientras duermes, alguien te usa. Te das cuenta
en la mañana, al despertar: has sido usado sin tener conciencia de ello.
Alguien te ha succionado; alguien te ha penetrado. Pero has dormido solo, con
la puerta bajo llave.
“Un hombre debe tener muy firme en su mente que la muerte
está siempre amenazando, y nunca ni por un solo instante olvidarlo”. (Yoshida
Kenkō)
Qué grosería: dicen que Andrómeda tiene cien mil millones de
estrellas y yo aquí tan solo. ¿Y si repartiéramos las estrellas de Andrómeda
entre los seis mil millones de seres humanos? Nos tocarían quince estrellas a
cada uno, y aún sobrarían diez mil millones. Con quince estrellas para mí
solito quizá yo me sentiría mejor, con más luz, mejor humor y la tranquilidad
de ánimo de tener quince estrellas a las que contemplar, a las que escuchar. O
quizá no, quizá mi ansiedad sólo crecería, temeroso de que se me pierda una de
las quince estrellas, o de que me abandone y se vaya a otra galaxia, o quizá
más bien me carcomería la envidia, porque las estrellas de mi vecino pudieran
ser más brillantes de las mías.
Tanto esfuerzo del espíritu para tratar de conseguir una
recompensa de la carne. Idiota.
Noche de escritores en la embajada mexicana. Dos de ellos se
presentaron como discípulos de Octavio Paz. No heredaron su talento, sólo el
amaneramiento en la voz y los gestos.
Aunque sepas que el mundo es una ratonera, que estarás
atrapado hasta tu muerte, lo único que le da sentido a la vida es siempre
tratar de escapar, vivir la ilusión de que no te has dejado atrapar.
Viernes 13. Eres carne y gravedad. Lo demás es ilusión.
De Cuaderno de Tokio (Hueders, 2015)
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