domingo, 26 de octubre de 2025

Tres poemas de Dorianne Laux

 


EL RATÓN PÉREZ

 

Le pusieron brillantina

a una moneda, entraron descalzos

en puntas de pie, y sin despertarme

pintaron líneas de huellas doradas

en mis sábanas con un amor

tan silencioso, todavía no puedo oírlo.

Mi madre en esa época

debía ser hermosa, sentada

a la mesa de la cocina junto a él,

una brisa cálida levantando sus

cortinas bordadas, esperando

a que yo me durmiera.

Se me hace más difícil imaginar

los años que siguieron, las palmas

convirtiéndose en puños, un suelo

de platos rotos, ella fumando sin parar

durante largos silencios, él

rompiendo las paredes a trompadas.

Todavía recuerdo los vestidos

estampados de ella, el taxi de él, el día

que la encontré en el armario

con un cuchillo de cocina, la noche

que él pateó a mi hermana en las costillas.

Ahora vive solo en Oregon, muriéndose

despacio de una enfermedad en los huesos.

Su cara salpicada de gris, las várices

bajo medias de lana.

Ella es enfermera, trabaja de noche.

Llega a casa a la mañana y me llama.

Se toma su cerveza negra y se acuesta.

Y todavía me pregunto cómo lo lograron, cómo deslizaron

esa moneda bajo mi almohada, cómo hicieron esas

huellas perfectas...

Siempre que la visito le vuelvo a preguntar.

No sé, dice, meciéndose, cerrando

los ojos. Estábamos tan sorprendidos como vos.

 

 

 

PIRÓMANO

 

Desde esta mañana ha gastado

una caja entera de fósforos Safeway, esos

con los contornos de las caras de los presidentes

impresas en rojo, blanco y azul.

No le alcanza con un fósforo cada vez.

Le gusta volcar la caja sobre el cenicero

y encenderlos todos juntos, la llama

a menos de un centímetro de sus dedos

mientras los padres de la nación arden.

No le importa la democracia

ni la anarquía o el mensaje interior

que promete una escuela de arte a mitad de precio

si completa el perfil de una mujer

y lo envía. La dirección arde,

el código postal y el número de teléfono, las fechas

de nacimiento de los presidentes,

el rostro inacabado de la mujer. Tengo miedo

de que haga esto cuando ya no esté

de que prenda fuego las cortinas,

el sofá. Enciende un fósforo tras otro,

una pequeña pira sobre la mesa de la cocina.

Debería hablarle de Prometeo

y el buitre, de los incendios forestales

que arden en las colinas de Oregon.

Quiero hacer lo que debería

hacer para asustarlo, pero su cara

está radiante, encendida de poder,

y no puedo apartar los ojos de la luz.

 

 

 

LA MUERTE VIENE A MÍ OTRA VEZ, UNA CHICA

 

La muerte viene a mí otra vez, una chica en enagua de algodón

Descalza, riéndose. No es tan terrible, me dice,

no como crees: todo oscuridad y silencio.

 

Hay campanitas de viento y olor a limones.

Algunos días llueve. Pero casi siempre el aire

es seco y dulce. Nos sentamos bajo la escalera

construida con pelo y hueso y escuchamos

las voces de los vivos.

 

Me gusta, dice sacudiéndose el polvo del pelo.

Sobre todo cuando se pelean y cuando cantan.




De Después de doce días de lluvia (Zindo & Gafuri, 2025)                                                        Traducción de Patricio Grinberg

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