EL RATÓN PÉREZ
Le pusieron brillantina
a una moneda, entraron descalzos
en puntas de pie, y sin despertarme
pintaron líneas de huellas doradas
en mis sábanas con un amor
tan silencioso, todavía no puedo oírlo.
Mi madre en esa época
debía ser hermosa, sentada
a la mesa de la cocina junto a él,
una brisa cálida levantando sus
cortinas bordadas, esperando
a que yo me durmiera.
Se me hace más difícil imaginar
los años que siguieron, las palmas
convirtiéndose en puños, un suelo
de platos rotos, ella fumando sin parar
durante largos silencios, él
rompiendo las paredes a trompadas.
Todavía recuerdo los vestidos
estampados de ella, el taxi de él, el día
que la encontré en el armario
con un cuchillo de cocina, la noche
que él pateó a mi hermana en las costillas.
Ahora vive solo en Oregon, muriéndose
despacio de una enfermedad en los huesos.
Su cara salpicada de gris, las várices
bajo medias de lana.
Ella es enfermera, trabaja de noche.
Llega a casa a la mañana y me llama.
Se toma su cerveza negra y se acuesta.
Y todavía me pregunto cómo lo lograron, cómo deslizaron
esa moneda bajo mi almohada, cómo hicieron esas
huellas perfectas...
Siempre que la visito le vuelvo a preguntar.
No sé, dice, meciéndose, cerrando
los ojos. Estábamos tan sorprendidos como vos.
PIRÓMANO
Desde esta mañana ha gastado
una caja entera de fósforos Safeway, esos
con los contornos de las caras de los presidentes
impresas en rojo, blanco y azul.
No le alcanza con un fósforo cada vez.
Le gusta volcar la caja sobre el cenicero
y encenderlos todos juntos, la llama
a menos de un centímetro de sus dedos
mientras los padres de la nación arden.
No le importa la democracia
ni la anarquía o el mensaje interior
que promete una escuela de arte a mitad de precio
si completa el perfil de una mujer
y lo envía. La dirección arde,
el código postal y el número de teléfono, las fechas
de nacimiento de los presidentes,
el rostro inacabado de la mujer. Tengo miedo
de que haga esto cuando ya no esté
de que prenda fuego las cortinas,
el sofá. Enciende un fósforo tras otro,
una pequeña pira sobre la mesa de la cocina.
Debería hablarle de Prometeo
y el buitre, de los incendios forestales
que arden en las colinas de Oregon.
Quiero hacer lo que debería
hacer para asustarlo, pero su cara
está radiante, encendida de poder,
y no puedo apartar los ojos de la luz.
LA MUERTE VIENE A MÍ OTRA VEZ, UNA CHICA
La muerte viene a mí otra vez, una chica en enagua de algodón
Descalza, riéndose. No es tan terrible, me dice,
no como crees: todo oscuridad y silencio.
Hay campanitas de viento y olor a limones.
Algunos días llueve. Pero casi siempre el aire
es seco y dulce. Nos sentamos bajo la escalera
construida con pelo y hueso y escuchamos
las voces de los vivos.
Me gusta, dice sacudiéndose el polvo del pelo.
Sobre todo cuando se pelean y cuando cantan.
De Después de doce días de lluvia (Zindo & Gafuri, 2025) Traducción de Patricio Grinberg
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