domingo, 8 de junio de 2025

Suzanne Buffam - Fragmentos de Un libro de la almohada

 


Entre las más antiguas almohadas que quedan hoy en el mundo, hay un suave bloque grande de madera sin pintar con una grieta amplia que lo atraviesa por el medio y una hendidura superficial en la parte superior. Fue encontrada en la tumba de una momia egipcia en el pueblo de Gebelein, perteneciente a la Cuarta Dinastía, a orillas del Nilo. Si te la hubieras encontrado en el campo, tal vez habrías asumido que acababa de caerse de una carreta. Si la hubieras hallado junto al mar, tal vez habrías supuesto que se había desprendido de un velero durante alguna tormenta. Tal vez la habrías pateado o recogido ya arrojado, como una botella desde un muelle.   

 

 

Hay dos tipos de insomnes. Los que se quedan dormidos fácilmente, sólo para despertar horas más tarde y dar vueltas entre sus almohadas hasta el amanecer. Y los que dan vueltas entre sus almohadas desde el principio, sólo para conciliar el sueño apenas antes de ser despertados por los cuervos al amanecer. Un pequeño juego que me gusta, cuando me arrastro hasta la cama luego de un largo día de cualquier cosa, es adivinar qué tipo seré esta noche.

 

 

TRABAJOS DE ENSUEÑO

 

Clickeadora de Enlaces al Azar.

Tomadora de Baños Reales.

Receptora de Halagos y Masajes de Pies.

Directora Ejecutiva de la Siesta.

Subsecretaria de Pesquisas Triviales.

Bufona en la Corte de Su Empírica Majestad de los Hechos Inverificables.

Procuradora de Sombreros Innecesarios.

Emperadora del Helado.

Supervisora del Desarrollo de Nubes.

Inspectora General de Menosprecios Menores.

Directora Residente Editorial.

Sopladora de Burbujas a las Estrellas.

 

 

Sei era el nombre de su padre, Shonagon el rango de su padre. Durante un breve lapso de tiempo, a finales del siglo décimo, sabemos que pasó sus noches detrás e una leve pantalla de papel, registrando sus hallazgos fugitivos a la luz de la luna, con un cálamo, sobre papel de arroz, tras las puertas cerradas de Heian. Sabemos que dormía, cuando lograba conciliar el sueño, con una pequeña almohada hueca, hecha de bambú pulido.

 

 

PARECIDOS

 

Un calamar, como un académico, desaparece tras una nube de tinta.

Un ama de casa, como una ensalada de invierno, es más tragable bien aderezada.

Los poetas, como las papas, maduran en la mugre.

Un abogado de divorcios, como un perro salchicha, cava huecos hondos.

 

 

Cosas espléndidas. Cosas incómodas. Cosas que hacen latir el corazón más rápido. Cosas que comunican una sensación obscena. Cosas que han perdido su poder. Cosas que deberían ser pequeñas. Cosas que comunican una sensación caliente. Cosas que no pueden ser comparadas. Ciento sesenta y cuatro de las incomparables listas de Sei Shonagon han sobrevivido los siglos tempestuosos. Con mucho el aspecto más señalado de su Libro de la almohada, es que parece carecer de precedente literario. Sus listas han sido emuladas, parodiadas y apropiadas por muchos, pero nadie sabe qué pensar sobre ellas. Hay estudiosos del Libro de la almohada, según descubrí anoche entre vino barato y albóndigas a fuego lento, en una cena del profesorado en el Quad Club, cuya investigación se concentra exclusivamente en estas listas. Algunas son simplemente catálogos de nombres propios —montañas, templos, listas, pueblos—, de interés en la medida en que sugiere los límites aproximados del mundo de una mujer de Heian, exclusivamente para el estudioso, añade a regañadientes un estudioso.

 

 

DOCTORES DUDOSOS

 

Dr. Who.

Dr. No.

Dr. Zhivago.

Dr. Moreau.

Dr. Strangelove.

Dr. Feelgood.

Dr. Doolittle.

Dr. Spock.

Dr. Jekyll.

Dr. Fausto.

Dr. Pepper.

Dr. Dre.

Doctores que beben.

Doctores que no beben.

Todos los doctores en literatura.

 

 

Entre los Minhe Tu de la actual China, si la difunta ha disfrutado de una muerte natural —esto es, habiéndose casad, tenido descendientes saludables y envejecido— su cabeza es dispuesta en una almohada bordada con la imagen de una chica y un chico vírgenes extendiendo un plato de comida y una jarra de licor, dentro de un ataúd rojo pintado con estrellas. Si su vida ha fracasado en alcanzar estos requisitos mínimos, es arrojada al Río Amarillo.  

 

 

COSAS QUE DAN UNA SENSACIÓN DE SUCIEDAD

 

Hámsters.

Notas de contraportada.

Piscinas públicas.

Escuelas privadas.

El pelo de alguien más en la sopa.

 

 

No son unas memorias. No es una épica. No es un ensayo erudito. No es una lista de compras. No es un diario. No es un manual de etiqueta. No es una columna de chismes. No es una oración. No es una carta secreta enviada a través de los pasillos silenciosos del palacio justo antes del amanecer. Carente de índice, sumario, trama o cualquier estructura o cronología discernibles, con casi mil páginas de material que ha sobtrevivido, que ha sido traducido, retraducido y republicado en ediciones siempre cambiantes, ¿cuál es la probabilidad, me pregunto a veces, de que dos personas hayan leído alguna vez el mismo Libro de la almohada?

 

 

NOMBRES HERMOSOS PARA COSAS HORRENDAS

 

Clamidia.

Concertina de seguridad.

Araña joya.

Fuga blanca.

Crystal Meth.

Kristallnacht.

Escargot.

Matadero.

Apocalipsis.

Camal.

Ámbar gris.

Ectoplasma.

Strapaddo.

Lhasa Apso.

Té de durazno con sazones celestiales para la hora de dormir.

 

 

Hay momentos en los que el mundo me exaspera tanto, recuerda Shonagon, que siento que no puedo seguir viviendo en él un instante más y quiero desaparecer para siempre. Pero entonces, si logro conseguir un poco de buen papel blanco, papel Michinoku o papel blanco decorado, decido que puedo aguantar las cosas tal y como son por un rato más. O, si puedo extender un tapete de paja verde, finamente tejido, y examinar los bordes blancos con sus vívidos patrones negros, de algún modo siento que no puedo darle la espalda a este mundo y la vida me parece realmente preciosa. Tenemos que agradecer a Su Majestad, la adorable Emperatriz Sadako, que murió dando a luz a la edad de 24 años, por mantener la almohada de su insignificante cortesana provista de buen papel blanco, papel Michinoku y papel blanco decorado, aunque fuera brevemente.

 

 

Algún día seré un cráneo desgastado por la lluvia, descansando en una almohada herbosa, acunada por un pájaro perdido o dos, escribió Ryokan. Reyes y plebeyos terminan igual, ninguno más duradero que el sueño de anoche.




De Un libro de la almohada (Zindo & Gafuri, 2021)                                                        Traducción de Adalber Salas Hernández