lunes, 4 de noviembre de 2024

Annie Dillard - Fragmentos sobre escritura

 


¿Por qué nunca encuentra uno nada escrito acerca de ese pensamiento idiosincrático que te llama la atención, sobre tu fascinación con algo que nadie más entiende? Porque depende de ti. Hay algo que te resulta interesante, por motivos difíciles de explicar porque no lo has leído en ningún libro; por ahí empiezas. Estás hecho y puesto aquí para darle voz a esto, a tu propio asombro. “La parte más exigente de vivir toda una vida de artista es la estricta disciplina de forzarse a hurgar implacablemente en el nervio más íntimo de la propia sensibilidad”. Esto lo dijo la escultora Anne Truitt. Thoreau lo dijo de otra forma. Conoce tu propio hueso. “Persigue, sigue el hilo, da vueltas alrededor de tu vida. Conoce tu propio hueso: róelo, entiérralo, desentiérralo y vuelve a roerlo”.

 


Escribe como si te estuvieras muriendo. Al mismo tiempo, hazte a la idea de que escribes para un público compuesto exclusivamente por enfermos terminales. Es, al fin y al cabo, el caso. ¿Qué empezarías a escribir si supieras que vas a morir pronto? ¿Qué podrías decirle a un moribundo que no le enfureciera por su trivialidad?

 


Escribe sobre el invierno en verano. Describe Noruega como lo hizo Ibsen, desde un escritorio en Italia; describe Dublín como lo hizo Joyce, desde un escritorio en París. Willa Cather escribió sus novelas de las preaderas en Nueva York; Mark Twain escribió Huckleberry Finn en Hartford, Connecticut. Hace poco los investigadores descubrieron que Walt Whitman apenas salía de su habitación.

 


Un escritor estudia la literatura, no el mundo. El mundo es donde vive; no va a pasársele por alto.

 


Al escribir cualquier libro, el escritor debe resolver dos problemas: ¿Puede hacerse? y ¿puedo hacerlo yo? Todo libro tiene una imposibilidad intrínseca que su autor descubre en cuanto se disipa su entusiasmo inicial. El problema es estructural; es irresoluble; es la razón por la que nadie puede escribir jamás ese libro. Cuentos complejos, ensayos y poemas también tienen este problema: el defecto estructural inabordable que el escritor desearía no haber advertido nunca. A pesar de todo, lo escribe. Encuentra maneras de minimizar la dificultad; refuerza otras virtudes; se vale de refuerzos voladizos para sostener en el aire toda la narración, y la narración se aguanta. Si puede hacerse, es que puede hacerlo él, y solo él. Pues en ese material no hay nada que inspire a nadie sus posibilidades de sentido más que a él.

 


En su mejor versión, la sensación de escribir es la de cualquier don inmerecido. Te es dado, pero solo si vas por él. Lo buscas, te partes el alma, la espalda, el coco, y entonces —y solo entonces— te es dado.   

 


Esta es una de las pocas cosas que sé sobre escribir: Gasta toda tu munición, dispárala, utilízala, piérdela, toda, de buenas a primeras, en cada ocasión. No hagas acopio de lo que tenga buena pinta para meterlo en el libro más adelante, ni para otro libro; dalo, dalo todo, dalo ya. El mismo impulso de guardarse algo para usarlo en otro sitio más adelante es la señal de que debes gastarlo ahora. Ya surgirá otra cosa para más adelante, algo mejor. Estas cosas se llenas desde atrás, desde abajo, como el agua de los pozos. De la misma manera, el impulso de guardarte para ti lo que has aprendido no solo es vergonzoso; es destructivo. Cualquier cosa que no entregues libremente y en abundancia se pierde para ti. Abres tu caja de seguridad y hallas cenizas. 

 


De La abundancia. Ensayos narrativos (Malpaso, 2020)                                                    Traducción de Ignacio Villaro Gumpert