jueves, 5 de septiembre de 2013

Dos poemas de Mark Strand


XXX

Hay un camino que cruza el desfiladero,
un río junto al camino, un bosque.
Si hay más, aún no lo veo.

Puede decirse, sin embargo, que ha sido
un siglo sorprendente cuando menos para la moda;
las valientes modelos retienen las lágrimas

al pensar en los millones de judíos y serbios
asesinados por Hitler. El fotógrafo mantiene firme
el pulso mientras reflexiona

sobre los mujiks despachados por Stalin.
Subieron y bajaron las faldas. Los pechos se estilaron
y pasaron de moda, cambió el largo del pelo.

Pero el camino que serpentea en el desfiladero
está cubierto de nieve y el río fluye bajo el hielo.
Los esquiadores se mueven, como los secretos,

entre los árboles del bosque aprisionados en cristal.
El día forma una fabulosa jaula de frío alrededor de mi cara.
Cada vez que respiro escucho algo quebrándose.    


XXXII

Acá, disminuidos por las montañas y un cielo de fuegos
y rocas redondas, en la academia de las revelaciones
cada año más pequeña, nos vemos por fin

como algo menor y nos disgustan la ostentación
de la abundancia, las descripciones increíbles, pues basta
una  simple naturaleza muerta –rosas en un vaso de azur.

La idea de ser grandes es inconcebible aun después
de almorzar con Harry en el Lutecia. Aun después
de leer  La muerte de Virgilio. La imagen de un dios,

de una persona platónica que no respira ni sangra
y alumbra cuartos enteros, continentes enteros, como el sol,
no va con nosotros. Tenemos un creciente apetito de minucias,

de un pedazo de nosotros, de un trozo del mundo;
de un entendimiento siempre inconcluso, fragmentado,
con grandes imperfecciones, con tal que dure.



 De Puerto oscuro
Traducción de Elisa Ramírez Castañeda

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