viernes, 20 de abril de 2012

Un poema de Hugo Ball



LA TENTACIÓN DE SAN ANTONIO

Los nervios de mi cuerpo se alzan como campos de espinas,
Campos sangrantes de lapas y zarzas de nudos.
Mi médula entona una misa roja de efebos tonos de fístula.
En el canal de mi médula borbotan deslaves de cerros y piedras inquietas.
Mi cabeza cuelga hacia adelante llena de sangre.
Ralo cabello verde sabandija sobre el cráneo se elonga.

Muros torcidos, casas torcidas.
Hordas de tábanos silban y destellan por el cuarto.
Los muros recibieron las pústulas y se desmenuzan.
Doctores con altos gorros rodean la enfermedad y la cubren con vendajes.
Ocho yardas sobre la puerta está el fantasma de la peste con cascabeles.
Tomo impulso para el golpe. ¡Ayuda! No ablanda. Una nube amarilla.
Gritos al cielo. ¡Demencia! ¡Demencia!

Vuelan ciudades escarlatina. Verdes oasis. Hilos de luz. Soles de negro traqueteo.
El suelo vibra. Se hunde una cubierta verde.
»¡Ahí está él!« Me amordazan, muecas de negro, rodilla en mi peritoneo.
Cuerpos humanos, apretados sobre el suelo, huyen y saltan
Desnudos y enérgicos, con vibrante contoneo de sierpe en los pasillos.
Un silbido de cien mil sirenas de vapor brama sobre los puertos.
Tipos con varas de bambú sobre y a través de plazas y torres.
Desbandadas. Machacones. El aire supura. Revienta la luz. Estrellas fijas perdidas en
[cuarteles.

Y siempre el golpear de los gritos, desde abajo, como de calderas infernales.
Y siempre el verdigrana, rubíamarillo estruendo en zigzag voluptuoso.
Mis manos rebeldes se aferran a una columna del templo.
Alguien vocifera: ¡Obscenidad! Otros saltan de la sien de las ventanas.
El estallido desgarra ciudades enteras. Los monjes budistas en sillas de loto,
arriba a la izquierda, regordetes e hinchados, abuelos de la apatía,
Ríen y se abanican y giran la panza, aquí y allá con manos castigadas
y estallan de alegría craneal llena de arrugas.


Traducción: Daniel Bencomo

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