LA ÉTICA Y LA MUERTE
No
es algo malo su muerte.
Ni
bueno, ni malo.
Queda
fuera del mundo moral.
Cuando
las enfermeras vacían la bolsa del catéter
y
vierten el fluido ámbar y pálido
en
una taza para medir, no hacen
algo
bueno ni malo: es sólo
su
cuerpo. Incluso cuando el dolor
crispa
su rostro, su boca
cuando
hace un chasquido,
su
quijada al contraerse,
no
son malos, no hay alguien haciéndoselo,
no
hay culpa, ni vergüenza:
sólo
placer o dolor. Es el mismo reino
del
sexo, de los impulsos nerviosos,
un
reino sin iglesia, en él lo besamos,
en
él acariciamos su cabello pringoso,
su
mujer y yo,
una
a cada lado, secando restos
de
saliva en sus labios blancuzcos.
Su
cuerpo nos siente atenderlo
fuera
del mundo de la moral,
como
si le hiciéramos el amor en un bosque,
escuchando
desde una pradera remota
los
cánticos distantes de una asamblea:
gotas
más pequeñas que las más pequeñas gotas de rocío
cubren
su cuerpo cuando nos inclinamos a tocarlo.
EL
MOMENTO EXACTO DE SU MUERTE
Era
él cuando respiró por última vez,
mi
padre, aunque hubiera cambiado tanto
que
nadie que no hubiera estado con él
durante
la última hora la hubiera reconocido:
su
piel, corpórea, como grasa animal,
los
ojos hundidos en la cabeza,
la
nariz adelgazada, la boca abierta
con
esa lengua dentro como afirmación de la muerte,
una
lengua seca, ondulada, oscurecida.
Podíamos
ver la flema
crecida
al fondo de su boca,
pero
aún así era él, los brazos enormes, pesados,
las
manchas de sangre bajo la piel,
negras
y precisas, hasta ahí lo acompañamos
en
cada paso, era él, su última respiración
fue
suya, no inhalada como fruto del deseo,
pero
suya, ligera como una semilla de algodoncillo,
huyendo
de su boca y flotando en su habitación.
Y
cuando la enfermera intentó oír su corazón,
su
vientre plateado era su vientre,
y
cuando se quedó parada
y
asintió, por un instante era plenamente él,
mi
padre, muerto pero él,
un
hombre con la boca abierta y
manchas
oscuras en los brazos. Parecía
alguien
muerto en una lucha sin sangre:
tensos
el cuello y la base de la cabeza,
como
halando hacia atrás con violencia.
Parecía
estar quedándose quieto, luego la piel
se
tensó levemente alrededor de su cuerpo
como
si lo puramente material lo reclamara,
y
después, ya no era mi padre,
no
era un hombre, no era un animal,
acaricié
su cabello lentamente,
alzando
mis dedos por sus ondas grises,
la
materia sin vida y radiante,
la
materia del mundo.
MUERTE Y
HOMICIDIO
Intentamos mantenerlo vivo, lo cortamos,
lo entubamos, lo exprimimos, lo
torturamos,
pero no vencimos,
la muerte lo tomó de nuestras manos, lo
convirtió
en pura imitación de sí mismo.
Es el trabajo del homicida, te quita
la vista, el gusto, el tacto, el oído,
y pone en tu lugar esa cosa
igual a ti, incapaz de todo,
que todo lo soporta sin importarle nada,
como si no tuviera vergüenza,
como si al cuerpo no perteneciera
ningún honor. Cuando la muerte
se llevó a mi padre,
pensé en homicidios, entendí
que el asesino te obliga a irte
dejando atrás ese muñeco, réplica de ti,
como si fuera algo creado por él
hincado en las orillas,
moldeando la sumisión del
barro.
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