Cuando un necio me dice que le ha
gustado uno de mis poemas, me siento como si me hubieran robado la cartera.
¡Qué suerte la del matemático! Es
juzgado únicamente por sus colegas y el baremo es tan alto que ningún colega o
rival puede alcanzar una reputación inmerecida. Ninguna cajera escribe una
carta a la prensa para quejarse de la ininteligibilidad de las matemáticas
modernas y compararlas desfavorablemente con los viejos tiempos en que los
matemáticos se contentaban con empapelar habitaciones de forma irregular y
llenar las bañeras sin cerrar el grifo.
Cuando un escritor exitoso
analiza las razones de su éxito, por lo común subestima su talento innato y
sobreestima la habilidad con que lo emplea.
Para reducir sus errores al
mínimo, el Censor interno al que un poeta somete su obra en marcha debería ser
un Consejo de censores. Tendría que incluir, por ejemplo, un hijo único de
espíritu sensible, un ama de casa con sentido práctico, un lógico, un monje, un
bufón irreverente e incluso, tal vez, odiado por todos los demás y
correspondiendo punto por punto a su desagrado, un sargento de instrucción
brutal y soez que considera la poesía una basura.
La esclavitud es un estado tan intolerable
que el esclavo apenas si puede evitar engañarse pensando que ha escogido
obedecer las órdenes de su amo cuando, en realidad, está obligado a hacerlo. La
mayoría de los esclavizados por su rutina padecen este engaño, y así también
varios escritores, esclavizados por un estilo demasiado “personal”.
De "Escribir", incluido en Los señores de límite (Galaxia Gutenberg, 2007)
Traducción de Jordi Doce
No hay comentarios:
Publicar un comentario