A veces las palabras me plantean un sinfín de
dudas y me pregunto cuál es el lugar que les corresponde. Si no sirven de algo,
si no equivalen a hechos, como un ultimátum o un grito de batalla, son lo peor
que hay. Tienen que ser categóricas e inapelables como cuando se descubren las
cartas en el póquer, cuando no hay vuelta atrás. Mi definición de poesía (si me
viera obligado a darla) sería la siguiente: palabras que se han convertido en
hechos.
Un poema completo es aquél en el que una
emoción ha encontrado su idea y la idea ha encontrado las palabras.
Hay dos tipos de realistas: el que para
demostrar que es real ofrece una buena cantidad de tierra con la patata y el
que se contenta presentando la patata sin tierra. Yo tiendo a ser del segundo
tipo. Para mí, lo que hace el arte por la vida es limpiarla para revelar la
forma.
Casi todo el mundo debería haber casi
experimentado el hecho de que un poema es una idea captada en el momento que
surge.
También saber que la poesía y aun la prosa
entendida como poesía es la renovación de las palabras.
Las emociones tienen que ser contenidas y
sujetadas con disciplina al molino de la inteligencia, no liberadas con
exclamaciones. Ninguna fuerza llegará lejos si no se cierran todos sus poros
con disciplina para que el chorro salga por un solo orificio. Es sabido que la
emoción supura.
Escribir en verso libre me proporcionaría tanto
placer como jugar al tenis sin red.
De Prosas (Elba, 2011)
Traducción de Dolors Udina