Apéndice 8 sobre la
miopatía de la captura
Capturar y confinar a un animal
resulta extremadamente estresante. Una reacción inmediata al estrés es el
síndrome “escapa o lucha”, al que el cuerpo responde produciendo adrenalina. La
constante sobreproducción de adrenalina conduce a la acumulación de ácido
láctico en la corriente sanguínea que afecta la habilidad del corazón para
bombear correctamente el oxígeno a las músculos, lo que puede causar que los
músculos comiencen a morir: miopatía (del griego antiguo pathos, “sufrimiento” y de mus,
que significa: 1. “un ratón de campo”; 2. “un músculo del cuerpo”). Hay cuatro categorías de miopatía de la
captura que van desde la hiperaguda, donde la muerte sobreviene en cuestión de
minutos, a la crónica, que el animal cautivo puede sobrevivir durante días y
hasta meses, montando a caballo y enviando telegramas, sólo para morir
repentinamente por una falla cardiaca o algo parecido a un accidente. No hay
tratamiento para la miopatía de la captura.
Apéndice 20 sobre la
velocidad
El límite de velocidad en la
Francia de 1907 era de 15 kilómetros por hora. Cuando Alfred Agostinelli llevó
a Proust a Normandía debió, por momentos, haber rebasado este límite pues, de
acuerdo con el artículo de 1907 publicado en Le Figaro, ir en coche con Alfred era como salir disparado por un
cañón. El traje de conductor de Alfred consistía en una capa de hule con
capucha, lo cual, dice Proust, le hacía lucir como una "monja de la velocidad".
Apéndice 29 sobre los
kimonos
El conocimiento de otra persona
es insoportable. Los kimonos japoneses estuvieron de moda en el París de los
años veinte. Habían sido rediseñados para el mercado europeo, con menos manga y
más bolsillo. Albertine guarda todas sus cartas en el bolsillo del kimono que,
justo antes de dormirse, arroja despreocupadamente sobre una silla en el cuarto
de Marcel. La verdad acerca de Albertine está así de cerca. Marcel no investiga. El conocimiento de otra persona
es insoportable.
Apéndice
33(a) sobre la diferencia entre metáfora y metonimia
Ya que la cuestión surgió, he
aquí la diferencia. En un grupo de niños a los que se les pide una respuesta a
la palabra “choza”, algunos dijeron una
cabañita, otros dijeron se incendió.
Apéndice
59 sobre una mala fotografía
En una famosa biografía de Proust
(Tadié), hay una pequeña fotografía de 1907, pobremente impresa, de Proust y
Alfred Agostinelli sentados en su vehículo de motor, vestidos para un viaje. Envuelto
en un gran abrigo, con una pierna cruzada, Proust luce hinchado y aburrido, a
donde sea que vayan. Agostinelli sujeta el volante, ataviado con su disfraz de “monja
de la velocidad”, con los ojos fieramente fijos en el horizonte. Podría
tratarse de una de esas fotografías que apenas despiertan un pasivo interés y
luego se olvidan; como dice Barthes, una fotografía sin fisuras en la
superficie, sin punctum para
atraparte y perturbarte (La cámara lúcida), excepto por la postura de la cabeza
del Alfred Agostinelli, pues la mantiene echada hacia atrás, en un ángulo que
sugiere la velocidad del movimiento hacia adelante. Pero ambos, por supuesto,
están sentados completamente inmóviles en el coche. No se puede menos que
preguntar si le dio un dolor de cuello por haber sostenido su cabeza de ese
modo durante los largos minutos de la exposición. O sobre qué cosas hablaban
ese día, mientras el fotógrafo jugueteaba con los lentes y las cantaban en el
seto de espinos y la tarde de verano en el más lejano límite del amor humano se
extendía frente a ellos, aparentemente, hacia la eternidad. Tal vez hablaron
sobre una cabañita. Tal vez se incendió.
De Albertine. Rutina de ejercicios (Vaso Roto, 2015)
Traducción de Jorge Esquinca
No hay comentarios:
Publicar un comentario