OFICIOS
Durante una época trabajé en
una funeraria. Mi trabajo
consistía en conducir ataúdes a la
casa de los muertos para que allí
los ocupara siguiendo respetuosamente las
leyes de la descomposición.
Yo cantaba al volante del negro furgón y eso era
mi particular manera de estar integrado a la liturgia.
Yo era joven y entraba silbando a la
casa del difunto
y hasta me daban propinas y muchas gracias muchacho
por andar alegremente vivo y por
habernos hecho comprender súbitamente
que un muerto es la carga
más abstracta que puede concebirse.
LA
GRAVEDAD Y LA GRACIA
He
aquí el mundo de la caída absoluta,
la
hoja desprendida
que
flota y oscila hasta posarse:
el
suelo después de la gracia;
la
bala que silbando en declinante
parábola,
da en el blanco
y
se desploma con el cuerpo.
Mis
piernas pesaron mucho este año;
los
astronautas volvieron al planeta enloquecido
y
desde muy abajo susurraron los muertos.
Tambaleando,
me aferré entre los vivos, busqué
una
especie de salvación a mi medida:
aquí
un rostro amado, allí una mano tendida;
arranqué
cabellos, ramas, dientes y alas
a
partir de un cielo vacío
donde
una fe desconocida
ya
se había disuelto.
En
el descenso general me vi arrastrado;
pedí
gracia
y
pensé en Pedro, al revés colgado,
viendo
caer este mundo hacia las estrellas.
MOSCA EN EL PARAÍSO
Alabada sea la mosca que zumbando
ingresó al paraíso por la puerta grande
después de haber desovado
en toda carne muerta y sus fosas nasales.
Ahora está allí, deambula
en círculos de jactancia,
ufanándose en su verde inmortalidad,
no sólo por inocencia
sino por haberla conquistado
sin afrontar los problemas de la muerte propia.
LOS
CABALLOS
Los
caballos soportaron
el
peso de la historia
hasta
que fue creado
el
motor de combustión interna.
Ahora,
cada vez que nacen
titubean
y se demoran ante la luz
creyendo
haber irrumpido
en
un mundo equivocado.
De Poesía completa (Sibila, 2009)