lunes, 9 de septiembre de 2019

Tres poemas de Alice Oswald



CANCIÓN DE AMOR PARA TRES NIÑOS

Comienza en un tono bajo
cuando el sueño arropa el sonido
y la lengua dormida sigue
articulando y desarticulando palabras,

cuando la respiración entreabre
las puertas del oído y
mi corazón con forma de nota
abandona sigiloso su instrumento   Ah

ahora empieza a cantar
Ah esos tres niños y
lo canta hasta que la luz
impregna este cono de huesos

y puedo verte,
voz mía, suspendida en la
soledad de campanario de la garganta,
con tus dos cuerdas oscilando un poco.



RÍO

En la glándula negra de la tierra
la levísima insinuación de un río

pega el oído al río y oirás los árboles
pega el oído a los árboles y oirás ensancharse
el mecanismo numérico del río  

junto a su paso por Devon,
bajo un cuadrado lechoso de luz muy quieta

el río se frena y prosigue

con basura de la tormenta acumulada en sus brazos
y papeles que se abren bajo el agua
y parejas de patos que nadan sobre la hierba brillante entre sauces anegados

el ojo de la tierra
mirando por entre los huesos de la tierra

lleva la luna lleva el sol pero no se queda nada.



LOS RECUERDOS SALPICADOS DE BARRO DE UNA MUJER QUE VIVIÓ SU VIDA HACIA ATRÁS

Les contaré una historia: una mañana una mañana estaba yo
en mi incómoda tumba de dos metros escasos,
resentida por una vida con más bien demasiado
poca luz tan provechosa como responsable.

Era la muerte era la muerte como respirar a fondo
en el dolor del mundo cuando por fin
empecé ver una salida, ay
el silencio nevoso dificultaba cualquier descripción.

Ni ojos ni cerillas pero matemáticamente hablando
arriba, dondequiera, aún tenía a mi alcance
un contorno visto por última vez, blancuzco e insignificante
que podía muy bien ser el mío era solo cuestión de replegarse.

Así que me arrugué me desarrugué y lo siguiente
fue que me sacaron de la tierra a la hora convenida
y me llevaron a toda prisa a la morgue más cercana para saltar una vez más
de la cama al suelo a la puerta al aire libre.

Y allí estaba el coche todavía allí en su último lugar conocido
bajo la lluvia donde lo había dejado, mi marido etc.
hasta yo estaba allí retrospectivamente
todavía conduciendo de vuelta con el pasado ya todo desparramado frente a mí.

¡Qué olorcillo tan reconfortante con las ventanas bajadas!
andaban las hojas muertas retorciéndose y volviéndose a clavar
en las ramas en los árboles y todo lo que se exigía
en un nivel máximo de desatención.

Se los aseguro, durante años de casa en casa
y a través de una serie de habitaciones apenas si noté
que estuviera tarareando la misma melodía dos veces, que estuviera viendo
a los mismos tres niños correr hacia mi cada vez más pequeños.

Esta historia es como una rosa, una vez abierta
no puede cerrarse, continúa: una mañana
una mañana terrible quizá por centésima vez
vinieron a introducir a mi tercera criatura otra vez en mí.

Era la muerte era la muerte: oí cómo me resquebrajaba
de pies a cabeza con el esfuerzo, me doblé y lloré
y tuve la sensación, con un ruido sordo,
de que nunca volvería a ver a mi hija querida.

Luego mis dos hijos varones, al principio despacio
luego cada vez más rápido, con sus miembros replegados hacia dentro
cada vez más pequeños hasta que solo quedó
un montículo sobre el que yo no lograba ponerme de acuerdo.

Bueno estuviera yo o no estuviera bien viva o muerta
en un cubículo del pasado sin ventanas, a unos escasos
8.3 minutos luz del momento presente por fin
mi marido me llevó ay me llevó a la iglesia.

Todo en un corto día de invierno, los dos
preparados para el desconcierto con mucha alegría vergonzosa,
invertimos nuestros votos, desanillamos nuestras manos
y las devolvimos a nuestros bolsillos sabe Dios por qué.

Entonces qué entonces qué les diré entonces qué: un anochecer
estaba yo allí de pie en el mundo de coches de juguete de la infancia
y vi las estrellas caer directamente por los prismáticos de Jimmy,
parecían tan extrañas ensartadas en un instante fugaz.

Luego una y otra vez hasta quizá cien veces
vinieron a introducirme de nuevo por los pies en la nada
incluidas todas mis esperanzas perdidas; a la mañana siguiente
todavía seguía allí ese zumbido monótono.

El mismo zumbido monótono de siempre que o bien es
mi cinta rebobinando de nuevo o bien son quizá estrellas
que pasan estrellas que regresan a sus últimos lugares conocidos,
porque hasta donde yo sé al final los dos sonidos son iguales.



De Bosques, etc. (Pre-Textos, 2013)
Traducción de Christian Law Palacín

domingo, 8 de septiembre de 2019

David Lynch - Fragmentos sobre cine y creatividad



IDEAS

Una idea es un pensamiento. Es un pensamiento que abarca más de lo que crees cuando se te ocurre. Pero en ese instante inicial salta una chispa. En una tira cómica, si alguien tiene una idea, se enciende una bombilla. Ocurre en un instante, como la vida.

Sería estupendo que la película entera se te ocurriera de una vez. Pero, en mi caso, me llega a fragmentos. El primero es como la piedra Rosetta. Es la pieza del rompecabezas que indica dónde va el resto. Es una pieza esperanzadora.

En Terciopelo azul fueron primero unos labios rojos, unos jardines verdes y la canción, la versión de “Blue Velvet” de Bobby Vinton. Después llegó una oreja tirada en un campo. Y ya está. Te enamoras de la primera idea, de una piececita minúscula. Y en cuanto la tienes, el resto llega con el tiempo.



TERAPIA

Una vez fui al psiquiatra. Estaba haciendo una cosa que se había convertido en un patrón que se repetía en la vida y pensé: “Bueno, debería hablar con un psiquiatra”. Cuando entré en la consulta le pregunté: “¿Cree que este proceso podría afectar de algún modo mi creatividad”. Y el psiquiatra me contestó: “Bueno, David, debo serte sincero: podría ser”. Le di la mano y me marché.



SUEÑOS

Me encanta la lógica de los sueños; sencillamente me gusta cómo funcionan los sueños. Pero rara vez he obtenido alguna idea de los sueños. Sacó más ideas de la música o simplemente de salir a pasear.

Sin embargo, el guion de Terciopelo azul me planteó muchos problemas. Escribí cuatro versiones diferentes. Y hacia el final me encontré con ciertas dificultades. Entonces, un día estaba en la oficina y se supone que debía entrar y reunirme con alguien de la oficina de al lado. En la oficina habría una secretaria y le pedí un papel porque de pronto había recordado un sueño que habría tenido la noche anterior. Ahí estaba. El sueño contenía tres pequeños elementos que solventaban todos los problemas del guion. Es la única vez que me ha pasado.



LA CAJA Y LA LLAVE

No tengo ni idea de lo que son



SENSACIÓN DE LUGAR

En el cine es fundamental la idea de lugar, porque quieres entrar en otro mundo. Cada historia posee un mundo propio, un ambiente y una atmósfera también propios. De modo que uno intenta aunar toda una serie de cosas —de pequeños detalles— para crear esa sensación de lugar.

Tiene mucho que ver con la iluminación y el sonido. Los sonidos que entran en una sala pueden ayudar a pintar su mundo y hacerlo mucho más pleno. Aunque muchos decorados son lo bastante buenos para un plano general, creo que deberían poder aguantar un escrutinio de cerca para que se luzcan los detalles. Quizá en realidad no los veas todos, pero de algún modo tienes que tener la impresión de que están presentes para sentir que se lugar es real, que es un mundo de verdad.



FUEGO

Sentarse frente a un fuego hipnotiza. Es mágico. Me ocurre lo mismo con la electricidad. Y el humo. Y las luces parpadeantes.



LA LUZ EN UNA PELÍCULA

A menudo, en una escena, la habitación y la luz juntas significan un estado de ánimo. Por tanto, incluso aunque la habitación no sea perfecta, puedes trabajar la iluminación hasta que transmita la sensación correcta para que refleje el mismo estado de ánimo que la idea original.

La luz puede cambiarlo todo en una película, incluso un personaje.

Adoro ver salir a la gente de la oscuridad.



EL TÍTULO

Un día todavía al principio del proceso, hablando con Laura Dern, me enteré de que su actual marido, Ben Harper, es de Inland Empire, en Los Ángeles. Estábamos charlando y Laura lo mencionó de casualidad. No sé cuándo surgió, pero se lo dije: “Ese es el título de la película”. Por entonces yo todavía no sabía nada sobre la película. Pero quería titularla INLAND EMPIRE.

Mis padres tienen una cabaña de madera en Montana. Y un día mi hermano, limpiando la cabaña, encontró un álbum de recortes detrás de un armario. Me lo mandó, porque era mi álbum de cuando tenía cinco años, de cuando vivíamos en Spokane, Washington. Abrí el álbum de recortes y la primera fotografía era una vista aérea de Spokane. Y debajo podía leerse: “Inland Empire”. De modo que deduje que iba por el buen camino.



FELLINI

Estaba rodando un anuncio en Roma en el que trabajaba con dos personas que también habían colaborado con Fellini. Fellini estaba hospitalizado al norte de Italia, pero nos enteramos de que iban a trasladarlo a Roma. De modio que les pregunté si les parecía factible pasar a saludarlo. Me contestaron que intentarían concertar una cita. Hubo un intento de encuentro que no prosperó el jueves por la noche, pero a la noche siguiente fuimos a verlo. Serían las seis de la tarde, en verano: una tarde bonita, cálida. Entramos dos de nosotros y nos condujeron hasta la habitación de Fellini. Había otro hombre en el cuarto que mi amigo conocía, de modo que se acercó a charlar con él. Fellini me indicó que me sentara. Él estaba en una silla de ruedas pequeña ubicada entre las dos camas, me cogió la mano y, allí sentados, conversamos una media hora. No creo que le preguntara gran cosa. Me limité a escucharlo con atención. Me habló de los viejos tiempos: de cómo eran entonces las cosas. Me contó anécdotas. Me gustó estar con él. Y luego nos fuimos. Eso fue la noche del viernes; el domingo, Fellini entró en coma y ya no se recuperó.


De Atrapa el pez dorado (Editorial sudamericana, 2009)
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz