jueves, 9 de enero de 2020

Cuatro poemas de Adília Lopes



MICROBIOGRAFÍAS

Enrique de Navarra
en la mañana siguiente a la noche en que soñó
que era despedazado por fieras
mandó matar
a todos los leones de los fosos de su castillo
a tiros de arcabuz

*

Nathaniel Hawthorne
se lavaba siempre las manos
antes de abrir las cartas de Sophia Peabody
su novia

*

Un cuadro de Ensor
que había sido robado
estaba enterrado a 30 cm de profundidad
en la playa belga de Mariakerke

*

Constant Troyon
le pagaba a un pintor menor
nunca el mismo
para que pintara
los cielos de sus cuadros
porque él solo se creía capaz
de pintar caballos y vacas

*

Mi madre era una persona
tan austera
que las tías de mi padre
le decían a mi madre
¡ay Maria Adelaide
ese vestido tuyo!
ya tenía edad para ir al colegio



FIN DE TARDE EN LISBOA

Mi cuarto
es un acuario
y yo un pez
para el álamo
que me ve
del otro lado
del cristal
de la ventana

Las sombras
del álamo
y el sol
de junio
son manos
que me dicen
adiós

La luz
y el rumor
del viento
en los álamos
son mariposas
blancas

Es festivo
10 de junio
Y Corpus Christi

Voy a leer
Portugal, el Mediterráneo y el Atlántico
de Orlando Ribeiro
acabo de leer
no maten al bebé
de Kenzaburo Oé

Son las 18:18
estamos a 26°C
en mi cuarto

Ya comenzó
a refrescar

Por la mañana
en Santa Isabel
fue día
de primeras comuniones

Me tocó
solo una migaja
de hostia
había
mucha gente



AUTOBIOGRAFÍA SUMARIA DE ADÍLIA LOPES

A mis gatos
les gusta jugar
con mis cucarachas



50 AÑOS

Tal vez escriba
poemas
que ya he leído
que otros ya escribieron
que yo misma ya escribí
me olvido
de mi vida



De Escribir un poema es como atrapar un pez (Tragaluz Editores, 2018)
Traducción de Alejandro Giraldo Gil




jueves, 2 de enero de 2020

Tres poemas de Valeria Tentoni





Adentro de la heladera siempre es de día.
Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que apague la luz. Esperan su turno.
Algunas se vencen, pero se quedan igual.
Me gustaría se la botella de Coca-Cola
Que cargo con agua de la canilla. Algo que acepta su destino
sin escándalos.

Vivo arriba de un supermercado chino.
El otro día colgué un pantalón de la ventana
y el viento se lo llevó. Tuve que bajar, tuve que pedirles permiso.
Me dejaron entrar al depósito: fue como llegar
a la vasija de pepitas de oro al final del arcoíris.
Durante mucho tiempo pensé que el ruido ese venía de la panadería
que está a mitad de cuadra. Resulta que no,
viene de lo de los chinos.
Hay un enorme motor que usan para ventilar su mercadería.

Las cosas que están ahí no se quejan, no le piden a ningún dios
que haga silencio.

Todo lo que brilla es satélite de alguna estrella opaca.
Algún día esa estrella dejará de existir
antes que sus rayos
y caeremos a una fe ridícula.

Si no hubiese cosas más tristes que esa,
                esa sería una cosa triste.





I

De chica me hicieron creer
que la mujer que daba la hora en el #113
decía los números cada vez, todas las veces
y vivía
encerrada en un cuartito blanco,
sacando la boca al aire
por los rulos del cable del teléfono a disco
hasta mí,

hasta cada uno
cada vez.

II

La tarea de grabar la cinta que sigue sonando hasta hoy
le llevó unas tres horas. “Cada frase
debía durar exactamente siete segundos y medio.
Lo más difícil fue cincuenta y nueve minutos, que es
el parlamento más largo”. No hubo ensayos
ni grandes preparativos.

III

“Pensar que hasta 1935 había una señorita que decía
la hora exacta a quienes llamaban por teléfono”, comentó
el Jefe del Servicio de la Hora Oficial.





¿Viste que las espinas también se mueren?
me decís, señalando
las del limonero que plantaste en invierno
por sorpresa
para mí
en el patio de casa.

Quiebro una, amarillenta, desde la base
la guardo en mi mano.
Intento pincharme, despacio
—mueren pero siguen lastimando, estoy por decir
pero no digo nada: ya estamos
mirando el arcoíris que estira sobre nuestras cabezas
en el diminuto patio del diminuto mundo
en el que estamos.



De Antitierra (Ediciones Liliputienses, 2017)