jueves, 19 de diciembre de 2019

Tres cuentos de Lydia Davis



LOS EXTRAÑOS

Mi abuela y yo vivimos entre extraños. La casa no parece lo suficientemente grande para acoger a todos los que se presentan a distintas horas. Se sientan a cenar como si se les hubiera estado aguardando —y de hecho siempre hay un sitio puesto para ellos— o entran en el salón principal huyendo del frío, frotándose las manos y quejándose del clima, y se instalan junto al fuego y toman un libro que hasta entonces me había pasado inadvertido y continúan la lectura desde una página marcada con un separador de papel gastado. Como es obvio, algunos de ellos son alegres y simpáticos, mientras que otros son antipáticos: malhumorados o taimados. Con algunos hago una amistad inmediata —nos entendemos mutuamente a la perfección desde que nos conocemos— y espero verlos de nuevo en el desayuno. Pero cuando bajo a desayunar no están allí, y a menudo nunca vuelvo a saber de ellos. Todo esto es muy inquietante. Mi abuela y yo jamás mencionamos esos ires y venires de extraños por la casa. Pero observo su rostro delicado y rosado cuando ella entra en el comedor apoyada en su bastón y se detiene sorprendida: se mueve tan despacio que esto es casi imperceptible. Un joven se levanta de su lugar, aferrando su servilleta a la altura del cinturón, y va a ayudarla a sentarse en su silla. Ella se adapta a la presencia del joven con una sonrisa nerviosa y una cortés inclinación de cabeza, aunque sé que se siente tan consternada como yo por el hecho de que él no estaba allí en la mañana y no estará al día siguiente y sin embargo se comporta como si todo esto fuera de lo más normal. Pero muy a menudo, por supuesto, la persona sentada a la mesa no es un joven educado sino una solterona delgada que come rápido y en silencio y se retira entes de que nosotros terminemos, o bien una anciana que nos frunce el ceño a los demás y escupe la cáscara de su manzana al horno al borde del plato. No hay nada que podamos hacer. ¿Cómo podemos librarnos de gente que nunca invitamos y que de cualquier modo se marcha tarde o temprano por su propio pie? Aunque pertenecemos a generaciones diferentes, a mi abuela y a mí se nos enseñó que jamás debemos hacer preguntas sino sólo sonreír a las cosas que escapan a nuestra comprensión.



LA OTRA ELLA

Desde donde está, en otra parte de la casa, ella puede oír la voz de él en el dormitorio, en la distancia, hablándole de manera reflexiva, con suavidad y calidez hogareña. No sabe que ella no se encuentra en la habitación.

Y entonces, por un momento, ella siente que con él hay otra ella quizá incluso mejor que ella misma, y que ella es una ella desdeñada, despreciada, allí al final del pasillo, lejos del dormitorio donde los otros dos pasan un buen rato juntos.



PADRE ENTRA EN EL AGUA

En vida se internaba despacio en el agua hasta que le llegaba a la cintura y permanecía ahí un rato, los brazos hacia un lado, los dedos rozando el agua, la mirada fija en el horizonte. Entonces se zambullía por fin con un gran chapoteo.

Esperamos. Está en el agua cerca de nosotros, dándonos la espalda, ligeramente encorvado.
Tiene los brazos pálidos y pecosos a los costados, las manos apartadas del agua.
Entonces junta las manos y se sumerge. Damos un paso atrás.

En la muerte es distinto: sin apenas crear ondas o murmullos atraviesa el agua y ésta se cierra en silencio sobre él.



De Ciento cincuenta cuentos cortos (Almadía, 2019)
Traducción de Mauricio Montiel Figueiras

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Tres poemas de Ezequiel Alemian



TRECE LEYENDAS ÁRABES

Antar, muerto sobre su caballo, protege la llegada de sus ancestros.

Un oso flota en su propia sangre.
Un ave de rapiña picotea los testículos de un ciervo.
Una nena desnuda ensaya un paso de baile sobre la mesa en la que acaban de comer sus familiares.
Un hombre duerme en la terraza, al lado de una cámara de filmación.

Hablan a los gritos, de un lado al otro de la calle.
Lo único que hizo fue pedir una habitación al conserje.
El miedo invade los valles, decanta a través de las napas y es dado de beber a los chicos más pobres.
Es sensible, capaz de torcer el cuello como señal de buena voluntad, como haría un ganso.
Es una ciudad muy húmeda, donde la gente pone la pava en el fuego hasta que toda el agua se haya evaporado.

Miga de pan embebida en salsa de tomate no ha logrado atraer al joven a la mesa de la madre.
Un hombre habla con una mujer por teléfono, sin atreverse a confesarse.
Antes de abandonar la casa, la prendieron fuego.



¿LA PREGUNTA MÁS TRISTE DEL MUNDO?

¿Se revelará? ¿No se revelará?
¿Se revelará?
¿No se revelará?
El viento lleva las nubes hacia el sur y el aire es frío y seco. El sol todavía no ha salido. Dijeron que había bajado de la montaña para que no lo atrapara el invierno. Dijeron haber visto las huellas de sus pies diminutos cerca de las ruinas. Los perros olieron algo, pero la pista se deshizo en el polvo. El alba ha llenado la senda de escorpiones y los caballos se encabritan y no quieren seguir. Levantamos los rifles como si fueran palos, solamente así logramos intimidar a los animales.

Dicen los que lo han oído que habla con suspiros, y los que lo han visto aseguran que su andar es liviano como el de un pájaro, ágil y veloz como el de una liebre. Que no tiene párpados ni pestañas, y que sus dientes son delgados, filosos y duros, como los de una comadreja. Se hizo conocido como “el glotón”, hace ya algunos años, cuando el cierre de las minas obligó a los hombres a migrar a la capital y dejó a las mujeres solas en el valle. Esta es la primera partida que organizamos para darle casa.

Cuando el sol comienza a quemar, los escorpiones se dispersan y la marcha se hace más ágil.

A mediodía estaremos en la cañada. Ahí se podrá pensar un poco mejor. Mientras tanto, confiaremos en que el movimiento nos impida ceder a la duplicación.



EL ENIGMÁTICO SR. NO

No quiere ir: no quiere acercarse, no quiere mirar, no quiere esperar.
No quiere enterarse, no quiere admitir.
No quiere subir.
No quiere ceder: no quiere moverse, no quiere aguantar,
no quiere enfrentarse.
No quiere evadirse.
No quiere decir.
No quiere escuchar.
No quiere atrasarse: no quiere enfrascarse.
No quiere repetir.
No quiere saber: no quiere insistir, no quiere intentar, no
quiere arriesgarse.
No quiere saludar, no quiere conversar, no quiere ayudar.
No quiere compartir.
No quiere imaginar: no quiere prever, no quiere desear.
No quiere comprar.
No quiere comer, no quiere dormir.
No quiere avisar.
No quiere elegir.
No quiere extrañarse: no quiere decidir.
No quiere relajarse, no quiere volver: no quiere buscar, no
quiere contar, no quiere optar, no quiere cerrar.
No quiere cansarse.
No quiere mentir.
No quiere perder: no quiere ahorrar.
No quiere acordarse, no quiere imponer.
No quiere cumplir.
No quiere integrar.
No quiere seguir.



De Me gustaría ser un animal (Gog y Magog, 2011)

lunes, 9 de diciembre de 2019

Sean Bonney - Memorias


(A la manera de Miyó Vestrini)

Despertaría. Odiaría. Culearía. Difícilmente pensaría en Bakunin. Caminaría por la ciudad. Pensaría en las sutiles diferencias entre anarquismo, epilepsia, adicción, psicosis, la dialéctica, síndromes diversos y el pánico. Pensaría en su ritmo. Me negaría a salir de la casa. Gastaría 20 euros en una bolsa que no valía más de 5 y consideraría seriamente asesinar al traficante. Mi mayor miedo es matar a alguien algún día. Me gusta la lluvia. No te voy a decir por qué. En cambio te diré que la comida me da mucho miedo. La mastico treinta veces. La escupo al suelo. Me enferma. Estoy bajando de peso. No me importa. Cuando la gente me dice que estoy muy flaco les digo y el sol qué, el sol también pierde peso. Es la ley del cosmos. De verdad digo eso. Después que lo digo me pongo a llorar. Alguien me abraza. Me da lo mismo quién. Pienso en el viento y los insectos que lo habitan y tomo nota mentalmente del número de mis amigos que van a terapia. Yo no voy a terapia. Preferiría ser como esos insectos que habitan el viento y que hacen cosas notables con la seda pero en cambio estoy llorando en los brazos de un desconocido y ellos preferirían que no siguiera y qué mierda tiene que ver esto con la magnífica seda hecha por la risa de los insectos. Recuerdo cuando un hippie que conocí me dijo que yo iba a tener una vida muy larga. Pura mierda, murmuro, en recuerdo del hippie. Corro a una estación del metro. Son las 3 de la mañana y hay muy poco tráfico. Enloquezco otra vez y empiezo a recitar poemas. Los viejos poemas que todos conocemos. Los viejos poemas que podrían matarnos si quisieran, con cada una de sus sílabas. Me duermo en el bar. No vuelvo a mi casa. Pienso un poco en la luna, en su relación con el marxismo, las revueltas de hace cinco años y el enredo en el que estamos hoy. Hay luna llena. Es muy poco lo que se oculta. Tengo un gran dolor en el pecho. Por favor no me dejes.


Traducción de Ricardo Vivallo

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Tres poemas de Alojz Ihan



COMEDERO DE PÁJAROS

En invierno pones en el jardín un comedero
de pájaros y observas que lo atiborran solo
los grandes y los fuertes, que a los más débiles
no los dejan ni acercarse. Así que pones
en el comedero más alimento, para que haya bastante
para todos, pero los pájaros chicos siguen
hambreando, caen en la nieve y mueren.
Luego haces más comederos, pero los grandes
pájaros se reparten uno para cada uno y
ahuyentan a los pájaros chicos. Eso te enfurece
y cada vez que ves un pájaro grande, intentas
ahuyentarlo, pero primero salen colando los pájaros chicos
asustados, y luego toma más tiempo
que se atrevan a volver. Al final,
harto de todo, tomas una escopeta y
empiezas a dispararles a los pájaros grandes. Pronto
no hay más, pero los intermedios se vuelven malignos;
los comederos se van quedando vacíos, los pájaros
los evitan, te parece
que no hay vuelta atrás. Un buen día
recuerdas que al fin y al cabo solo
querías alimentar a los pájaros.



PUNTO

El error del primer montañista, que
hizo errar a los siguientes montañistas,
sus errores, que llevaron al
primer aviador y a todos los aviadores
y astronautas a elevarse cada vez
más arriba, a ascender hasta la luna,
a viajar a las estrellas y experimentar cómo
el mundo desaparece, cómo es un solo plato
infantil embadurnado, luego un pequeño, muy
pequeño punto, demasiado pálido como para contemplarlo
con orgullo, demasiado frágil como para que sea seguro
volver, un punto flotando en la nada que puede
apagarse sin más o volar hacia algún lado, un punto
despreciable, casi una mancha fastidiosa y congénita;
en cualquier momento llegará alguien con una goma de borrar
o llamará por teléfono a la tintorería.



COSAS MUERTAS

Sabes que puede ser peligroso aunque solo
tanteas. Con un contacto tan  
insignificante puedes perforar algún tímpano, vaciar
algún ojo o arruinar algo aún más
sensible. Algunos sin duda se
acostumbran y simplemente dicen: cosas
muertas. Pero aunque un segundo atrás estaban
tibias de algún modo y de algún
modo respiraban, tal vez incluso
veían y oían, en todo caso estaban vivas.
Hasta que les tocó en suerte un contacto imprevisto,
una mirada o una condena. Pero algunos
se acostumbran y dicen: cosas muertas.



De La moneda de plata (Gog y Magog, 2010)
Traducción de María Florencia Ferre y Mojca Jesenovec

domingo, 10 de noviembre de 2019

Jacques Prévert - El elefante marino





Ese es el elefante del mar, pero él no lo sabe. Ser un elefante de mar o un caracol de jardín para él no tiene ningún sentido. Se burla de esas cosas, no quiere ser nadie importante.

Está sentado sobre la barriga, porque se encuentra cómodo de ese modo: cada cual tiene derecho a sentarse como le plazca. Está muy contento porque el cuidador le da peces, peces vivos.

Todos los días come kilos y kilos de peces vivos. Para los peces es una tragedia, porque después están muertos, pera cada cual tiene derecho a comer lo que le guste.

Los come sin remilgos, muy deprisa, mientras que el hombre, cuando come una trucha, la echa antes en agua hirviendo y después de comerla sigue hablando de ella durante días y días, y hasta por años.

—Ah, qué trucha, amigo, te acuerdas, ¿verdad?
Etcétera, etcétera.

Él, el elefante marino, come con sencillez, y tiene ojos bonitos, pero cuando se enfada, su nariz en forma de trompa se dilata y asusta a todo el mundo.

El cuidador no le hace daño. ¡Nunca se sabe lo que puede pasar! Si todos los animales se enfadaran, protagonizarían una buena historia. Se lo pueden imaginar, amiguitos, el ejército de los elefantes de tierra y de mar llegando a París. ¡Un auténtico caos!

El elefante marino no sabe hacer otra cosa más que comer peces, pero es algo que hace muy bien. Parece ser que, antiguamente, había elefantes marinos que hacían malabarismos con armarios, pero resulta imposible saber si es verdad… ¡Ya nadie quiere prestar el suyo para comprobarlo!

El armario podría caerse, el espejo romperse y eso sería muy costoso; porque al hombre le gustan mucho los animales, pero le tiene más cariño a sus muebles.

El elefante marino, cuando no lo molestan, es feliz como un rey; mucho más feliz que un rey, porque puede sentarse sobre la barriga cuando le da la gana, mientras  que el rey, incluso en el trono, siempre está sentado sobre su trasero.



De Cuentos para niños no tan buenos (Libros del Zorro Rojo, 2017).
Traducción de Juan Gabriel López Guix.
Ilustración de Elsa Henriquez.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Mirta Rosenberg - Mi oficio



Siempre me imaginé la poesía como un territorio. Mejor aún, una isla. Es como si fuera una reserva, adonde todos podríamos recurrir cuando haya escasez de sentimientos en el mundo, e incluso de pensamientos. El mar circundante sería el pensamiento, la historia, la pintura o el paisaje.

Lo que importa son las palabras, el lenguaje. Un barco, una canoa, alguna embarcación que sirva para rodear esa isla reservada, patrullarla, desembarcar. Las palabras usadas para enfrentar los hechos de una vida: dolor, placer, horror, amor, sus sucedáneos, hasta morirse. El secreto es que también hay belleza. También hay belleza. También hay belleza. La poesía no sirve para quejarse.

Nos rodea un paisaje. ¿Lo vemos? La poesía nos ayuda: ver para afuera, pero también para adentro. Gracias a ella muchas cosas que vi quedaron dentro de mí. Escenas, caras, una sequoia de Berkeley cuya copa, hasta hoy, me acerca al cielo. En los peores momentos. Una escalera.

La poesía crece cuando la historia es adversa a la humanidad. Masacres, campos de concentración, regímenes totalitarios le dan más sentido. Ahí se ve que es una reserva, palabras que estaban allí, a mano, para consolar de lo inconsolable.

La poesía no sirve para nada. Ese es su mayor valor. Si tiene alguna razón oculta, algún designio, el propósito de convencer, se transforma en panfleto.

El protagonista es el lenguaje, eso que nos une y nos separa. Animales parlantes, pensantes. La poesía también es pensamiento.

Hay un poeta, Robert Hass, que dice que la poesía es una historia familiar. Se advierte en todas las tragedias griegas, en Homero, incluso en la Biblia misma. Siempre hay eso que nos vuelve humanos, la historia de familia. Y el lenguaje. Una cría de elefanta, si es hembra, vive al menos cincuenta años con su madre, la matriarca. Pero no lo puede contar, no puede dejarlo escrito.

Por eso me gustan tanto los poemas de animales: es como prestarles voz, tratando siempre, pese a Platón (el poeta es un fingidor, Pessoa), de decir la verdad. Me gusta creer que tienen seres humanos en su interior, con sus duras almitas, su disciplina, su perverso rigor.

La poesía constante a lo largo de una vida convierte la apariencia en realidad, desenmascara. O eso o el abandono, la honestidad de dejar de escribir, dejar de repetir, repetir, repetir.



De El árbol de palabras (Bajo la Luna, 2018)

sábado, 5 de octubre de 2019

Tres poemas de Claudia Masin



LA LLUVIA

¿Viste cómo llueve?
Llovió así toda la noche
y a cada cierto tiempo yo te hablaba, estuvieras donde estuvieras,
aunque fuera en el extremo más inalcanzable
de la tierra. Cuando llueve así, toda la noche, te decía
pareciera que el mundo fuera a desprenderse de su eje,
pero la sorpresa más inmensa es que el vendaval termina
y todo permanece como estaba, apenas un poco de desorden
que lentamente se transforma en armonía.
Desde niños, vivimos sobreviviendo a catástrofes como ésa,
a los efectos de lo que tendría que haber pasado y no pasó:
que la casa se inunde y nuestras cosas se pierdan
arrastradas por la marea sucia, entre piedras y palos
y restos de animales, un desperdicio más lo que hasta entonces
ha sido nuestra historia, los objetos
que confirman que somos seres físicos y no un soplo
filtrándose desde afuera de esa vida brutal de la materia
que no se detiene jamás para incluirnos. ¿Soñaste alguna vez,
cuando llega la violencia del aguacero,
con que el río se salga de su cauce para siempre y nos empuje,
soñaste con la noche en que el rayo finalmente nos alcance,
descalzos bajo la luz, como esperando saber algo
que sólo el impacto de una fuerza sobre el cuerpo
podría revelarnos? Pero el rayo no cae, no cayó
y al día siguiente todo sigue a salvo en el mismo lugar.
Ese es el mayor desastre que conozco: haber estado al borde,
una noche, de que nos fuera concedida una verdad
extraordinaria, y al amanecer darnos cuenta
de que somos los mismos y no sabemos nada
que no supiéramos ya.



YUYOS
No tengo paciencia con los invulnerables,
con aquellos que no han sido tocados por un temporal,
esos que nunca se han derrumbado.
Grandes puntadas, desgarros mal cosidos, nada muy lindo.
Entonces algo sale y reluce.
Andrea Dworkin

Se está yendo la lluvia que duró tantos días,
miles de pequeñísimas formas de vida
asoman del barro alimentadas por la humedad, raras
y débiles. Parecieran disculparse por ocupar un espacio
bajo el cielo, como si hasta ellas supieran
que la tierra pertenece a los que están sanos y enteros.
Pienso en la distinción entre la hierba buena,
la que va a ser fecundada por la semilla llevada por el aire,
y el yoyo inútil que debe ser quitado de raíz
porque contamina el suelo con su estarse ahí, tendido al sol,
ocioso y lánguido. Incluso entre las flores, se dice
que algunas están hechas para ser admiradas y las otras
—silvestres, demasiado sencillas—
mueren tan rápidamente cuando son arrancadas
que su belleza, por breve y humilde, no vale la pena.
Hay quienes separan a los animales
en amigables y enemigos, entre los mansos
que se pueden llevar a casa y atar con una cuerda,
y los que hay que salir a buscar a sus guaridas
para matarlos antes de que ataquen.
Entre los seres humanos también sucede:
los blancos, poderosos, prolijos y fértiles cuerpos
que van a morir, apartan a la fuerza
a los demás cuerpos que también van a morir: los sucios
los pobres, los raídos, los que no tienen nada,
los que son raros o están lastimados,
salpicados por el dolor
como por una fea marca de nacimiento.
A la hora de la verdad nadie sale intacto, ni uno solo
se libra del contagio. Lo que fue separado
finalmente se reúne: el empuje de la vida
y de la muerte es implacable, una avalancha
que devora sin hacer diferencias
a los que están arraigados como árboles viejos
y a los que fueron privados de toda ligazón con el mundo,
igual de desatendidos que las flores del aire.



REPTILES

Si el daño que hice pudiera ser desecho, no tendría sentido
Escribir. Todo ese intento se sostiene en la esperanza
de reparar el dolor provocado por ignorancia, estupidez
o crueldad. No hay manera de desaprender
el sufrimiento padecido del que se infligió a otros,
como no hay manera de suponer que quien lastima no tiene
heridas semejantes a las nuestras. Fuimos reptiles una vez,
grandes lagartos antediluvianos, tirados en el agua cálida
y sucia de las ciénagas, y conocimos entonces las formas
de emboscar la presa: como si no estuviéramos ahí
o fuéramos parte del paisaje,
mimetizados con la vegetación ocre y verde de la selva,
casi dormidos, en un letargo semimineral
pero listos para abalanzarnos —el cuerpo tosco
y sorprendentemente elástico— sobre el animal que pisara,
inocente, nuestra tierra. A pleno sol
caíamos sobre él, era un único latigazo la muerte
que descargábamos en su lomo, un choque eléctrico
que lo dejaba inerme. Yo he sentido
tantas veces esa violencia dentro, el viejo lagarto
dispuesto a matar por la supervivencia.
El acto de causar dolor es tan irreversible
como la desaparición de un planeta:
algo que estaba ahí, intacto,
desprendiendo su luz, deja de iluminarnos
para siempre. No hay alegría en la sombra
que lo eclipsa, apenas el cumplimiento de una tarea
asignada por fuerzas desconocidas y asombrosamente
intensas. Pero quizás es posible, me digo,
escribir una historia en la que el daño se revierta,
y el tiempo quede detenido justo antes del momento
en que el dolor saltó desde tu mano o la mía
hacia el universo y ahí permaneció,
transformado en una irradiación que va a tocar a todos
y va a volver con más potencia aún
al punto de partida. Si así fuera, esa historia sería,
en sí misma, la cicatriz en el cuerpo propio
del dolor ajeno, la sutura que cierre una herida
cuyo único impulso es continuar expandiéndose
hasta infectar el organismo entero,
como la estampida de una plaga
que sólo se detiene cuando ya no queda
ni una cosa vida que le sirva de alimento.


De La materia sensible (Literatura UNAM, 2019)

lunes, 9 de septiembre de 2019

Tres poemas de Alice Oswald



CANCIÓN DE AMOR PARA TRES NIÑOS

Comienza en un tono bajo
cuando el sueño arropa el sonido
y la lengua dormida sigue
articulando y desarticulando palabras,

cuando la respiración entreabre
las puertas del oído y
mi corazón con forma de nota
abandona sigiloso su instrumento   Ah

ahora empieza a cantar
Ah esos tres niños y
lo canta hasta que la luz
impregna este cono de huesos

y puedo verte,
voz mía, suspendida en la
soledad de campanario de la garganta,
con tus dos cuerdas oscilando un poco.



RÍO

En la glándula negra de la tierra
la levísima insinuación de un río

pega el oído al río y oirás los árboles
pega el oído a los árboles y oirás ensancharse
el mecanismo numérico del río  

junto a su paso por Devon,
bajo un cuadrado lechoso de luz muy quieta

el río se frena y prosigue

con basura de la tormenta acumulada en sus brazos
y papeles que se abren bajo el agua
y parejas de patos que nadan sobre la hierba brillante entre sauces anegados

el ojo de la tierra
mirando por entre los huesos de la tierra

lleva la luna lleva el sol pero no se queda nada.



LOS RECUERDOS SALPICADOS DE BARRO DE UNA MUJER QUE VIVIÓ SU VIDA HACIA ATRÁS

Les contaré una historia: una mañana una mañana estaba yo
en mi incómoda tumba de dos metros escasos,
resentida por una vida con más bien demasiado
poca luz tan provechosa como responsable.

Era la muerte era la muerte como respirar a fondo
en el dolor del mundo cuando por fin
empecé ver una salida, ay
el silencio nevoso dificultaba cualquier descripción.

Ni ojos ni cerillas pero matemáticamente hablando
arriba, dondequiera, aún tenía a mi alcance
un contorno visto por última vez, blancuzco e insignificante
que podía muy bien ser el mío era solo cuestión de replegarse.

Así que me arrugué me desarrugué y lo siguiente
fue que me sacaron de la tierra a la hora convenida
y me llevaron a toda prisa a la morgue más cercana para saltar una vez más
de la cama al suelo a la puerta al aire libre.

Y allí estaba el coche todavía allí en su último lugar conocido
bajo la lluvia donde lo había dejado, mi marido etc.
hasta yo estaba allí retrospectivamente
todavía conduciendo de vuelta con el pasado ya todo desparramado frente a mí.

¡Qué olorcillo tan reconfortante con las ventanas bajadas!
andaban las hojas muertas retorciéndose y volviéndose a clavar
en las ramas en los árboles y todo lo que se exigía
en un nivel máximo de desatención.

Se los aseguro, durante años de casa en casa
y a través de una serie de habitaciones apenas si noté
que estuviera tarareando la misma melodía dos veces, que estuviera viendo
a los mismos tres niños correr hacia mi cada vez más pequeños.

Esta historia es como una rosa, una vez abierta
no puede cerrarse, continúa: una mañana
una mañana terrible quizá por centésima vez
vinieron a introducir a mi tercera criatura otra vez en mí.

Era la muerte era la muerte: oí cómo me resquebrajaba
de pies a cabeza con el esfuerzo, me doblé y lloré
y tuve la sensación, con un ruido sordo,
de que nunca volvería a ver a mi hija querida.

Luego mis dos hijos varones, al principio despacio
luego cada vez más rápido, con sus miembros replegados hacia dentro
cada vez más pequeños hasta que solo quedó
un montículo sobre el que yo no lograba ponerme de acuerdo.

Bueno estuviera yo o no estuviera bien viva o muerta
en un cubículo del pasado sin ventanas, a unos escasos
8.3 minutos luz del momento presente por fin
mi marido me llevó ay me llevó a la iglesia.

Todo en un corto día de invierno, los dos
preparados para el desconcierto con mucha alegría vergonzosa,
invertimos nuestros votos, desanillamos nuestras manos
y las devolvimos a nuestros bolsillos sabe Dios por qué.

Entonces qué entonces qué les diré entonces qué: un anochecer
estaba yo allí de pie en el mundo de coches de juguete de la infancia
y vi las estrellas caer directamente por los prismáticos de Jimmy,
parecían tan extrañas ensartadas en un instante fugaz.

Luego una y otra vez hasta quizá cien veces
vinieron a introducirme de nuevo por los pies en la nada
incluidas todas mis esperanzas perdidas; a la mañana siguiente
todavía seguía allí ese zumbido monótono.

El mismo zumbido monótono de siempre que o bien es
mi cinta rebobinando de nuevo o bien son quizá estrellas
que pasan estrellas que regresan a sus últimos lugares conocidos,
porque hasta donde yo sé al final los dos sonidos son iguales.



De Bosques, etc. (Pre-Textos, 2013)
Traducción de Christian Law Palacín

domingo, 8 de septiembre de 2019

David Lynch - Fragmentos sobre cine y creatividad



IDEAS

Una idea es un pensamiento. Es un pensamiento que abarca más de lo que crees cuando se te ocurre. Pero en ese instante inicial salta una chispa. En una tira cómica, si alguien tiene una idea, se enciende una bombilla. Ocurre en un instante, como la vida.

Sería estupendo que la película entera se te ocurriera de una vez. Pero, en mi caso, me llega a fragmentos. El primero es como la piedra Rosetta. Es la pieza del rompecabezas que indica dónde va el resto. Es una pieza esperanzadora.

En Terciopelo azul fueron primero unos labios rojos, unos jardines verdes y la canción, la versión de “Blue Velvet” de Bobby Vinton. Después llegó una oreja tirada en un campo. Y ya está. Te enamoras de la primera idea, de una piececita minúscula. Y en cuanto la tienes, el resto llega con el tiempo.



TERAPIA

Una vez fui al psiquiatra. Estaba haciendo una cosa que se había convertido en un patrón que se repetía en la vida y pensé: “Bueno, debería hablar con un psiquiatra”. Cuando entré en la consulta le pregunté: “¿Cree que este proceso podría afectar de algún modo mi creatividad”. Y el psiquiatra me contestó: “Bueno, David, debo serte sincero: podría ser”. Le di la mano y me marché.



SUEÑOS

Me encanta la lógica de los sueños; sencillamente me gusta cómo funcionan los sueños. Pero rara vez he obtenido alguna idea de los sueños. Sacó más ideas de la música o simplemente de salir a pasear.

Sin embargo, el guion de Terciopelo azul me planteó muchos problemas. Escribí cuatro versiones diferentes. Y hacia el final me encontré con ciertas dificultades. Entonces, un día estaba en la oficina y se supone que debía entrar y reunirme con alguien de la oficina de al lado. En la oficina habría una secretaria y le pedí un papel porque de pronto había recordado un sueño que habría tenido la noche anterior. Ahí estaba. El sueño contenía tres pequeños elementos que solventaban todos los problemas del guion. Es la única vez que me ha pasado.



LA CAJA Y LA LLAVE

No tengo ni idea de lo que son



SENSACIÓN DE LUGAR

En el cine es fundamental la idea de lugar, porque quieres entrar en otro mundo. Cada historia posee un mundo propio, un ambiente y una atmósfera también propios. De modo que uno intenta aunar toda una serie de cosas —de pequeños detalles— para crear esa sensación de lugar.

Tiene mucho que ver con la iluminación y el sonido. Los sonidos que entran en una sala pueden ayudar a pintar su mundo y hacerlo mucho más pleno. Aunque muchos decorados son lo bastante buenos para un plano general, creo que deberían poder aguantar un escrutinio de cerca para que se luzcan los detalles. Quizá en realidad no los veas todos, pero de algún modo tienes que tener la impresión de que están presentes para sentir que se lugar es real, que es un mundo de verdad.



FUEGO

Sentarse frente a un fuego hipnotiza. Es mágico. Me ocurre lo mismo con la electricidad. Y el humo. Y las luces parpadeantes.



LA LUZ EN UNA PELÍCULA

A menudo, en una escena, la habitación y la luz juntas significan un estado de ánimo. Por tanto, incluso aunque la habitación no sea perfecta, puedes trabajar la iluminación hasta que transmita la sensación correcta para que refleje el mismo estado de ánimo que la idea original.

La luz puede cambiarlo todo en una película, incluso un personaje.

Adoro ver salir a la gente de la oscuridad.



EL TÍTULO

Un día todavía al principio del proceso, hablando con Laura Dern, me enteré de que su actual marido, Ben Harper, es de Inland Empire, en Los Ángeles. Estábamos charlando y Laura lo mencionó de casualidad. No sé cuándo surgió, pero se lo dije: “Ese es el título de la película”. Por entonces yo todavía no sabía nada sobre la película. Pero quería titularla INLAND EMPIRE.

Mis padres tienen una cabaña de madera en Montana. Y un día mi hermano, limpiando la cabaña, encontró un álbum de recortes detrás de un armario. Me lo mandó, porque era mi álbum de cuando tenía cinco años, de cuando vivíamos en Spokane, Washington. Abrí el álbum de recortes y la primera fotografía era una vista aérea de Spokane. Y debajo podía leerse: “Inland Empire”. De modo que deduje que iba por el buen camino.



FELLINI

Estaba rodando un anuncio en Roma en el que trabajaba con dos personas que también habían colaborado con Fellini. Fellini estaba hospitalizado al norte de Italia, pero nos enteramos de que iban a trasladarlo a Roma. De modio que les pregunté si les parecía factible pasar a saludarlo. Me contestaron que intentarían concertar una cita. Hubo un intento de encuentro que no prosperó el jueves por la noche, pero a la noche siguiente fuimos a verlo. Serían las seis de la tarde, en verano: una tarde bonita, cálida. Entramos dos de nosotros y nos condujeron hasta la habitación de Fellini. Había otro hombre en el cuarto que mi amigo conocía, de modo que se acercó a charlar con él. Fellini me indicó que me sentara. Él estaba en una silla de ruedas pequeña ubicada entre las dos camas, me cogió la mano y, allí sentados, conversamos una media hora. No creo que le preguntara gran cosa. Me limité a escucharlo con atención. Me habló de los viejos tiempos: de cómo eran entonces las cosas. Me contó anécdotas. Me gustó estar con él. Y luego nos fuimos. Eso fue la noche del viernes; el domingo, Fellini entró en coma y ya no se recuperó.


De Atrapa el pez dorado (Editorial sudamericana, 2009)
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz

lunes, 12 de agosto de 2019

John Cage - Sobre el compromiso



Cuando fui a París por primera vez, lo hice en lugar de regresar a Pomona College para seguir con mis estudios. Al mirar a mi alrededor, fue la arquitectura gótica lo que me impresionó más. Y de la gótica, prefería el estilo flamígero del siglo quince. Dentro de este estilo me llamaban la atención las balaustradas. Las estudié durante seis semanas en la Biblioteca Mazzarín, llegando todos los días a la hora en que abrían las puertas y quedándome hasta que cerraban. El profesor Pijoan, a quien había conocido en Pomona, llegó a París y me preguntó que qué estaba haciendo. (Estábamos parados en una de las estaciones del ferrocarril.) Se lo dije. Literalmente me dio una patada en el trasero y me dijo: “Ve mañana con Goldfinger, arreglaré las cosas para que trabajes con él. Es un arquitecto moderno.” Después de un mes de trabajar con Goldfinger, midiendo los cuartos que había que modernizar, contestando el teléfono y dibujando columnas griegas, oí decir a Goldfinger (a otra persona): “Para ser arquitecto, hay que dedicar toda la vida a la arquitectura y nada más a la arquitectura.” Entonces me fui, porque, como le expliqué, había otras cosas que me interesaban, por ejemplo la música y la pintura. Cinco años más tarde, cuando Schoenberg me preguntó si dedicaría mi vida a la música, contesté: “Por supuesto.” Después de estudiar con él durante dos años, Schoenberg dijo: “Para escribir música, tienes que tener el sentido de la armonía.” Entonces le expliqué que no tenía ningún sentido de la armonía. Entonces él dijo que siempre encontraría un obstáculo y que sería como si llegara a una pared a través de la cual no podría pasar. Yo dije: “En ese caso, dedicaré mi vida a golpear mi cabeza contra esa pared.”



De Del lunes en un año (Alias, 2018)
Traducción de Isabel Fraire

domingo, 21 de julio de 2019

Cuatro poemas de Belén Iannuzzi



EL ORIGEN DE LAS ESPECIES

Los pescadores de New Haven
buscan ostras y otras especies
cuando la marea baja.

Suelo acompañar a Bob,
lo ayudo con las redes
a causa de su brazo metálico.

Mi padre quería que fuese doctor, Bob,
le digo,
colecciono insectos
y les pongo nombre propio,
desde los seis años.

Bob escupe tabaco al mar,
no me contesta,
me mira fijo,
las cejas con sal,
hay días menos felices.



USHUAIA

Los pájaros también se mueren
vomitan un líquido caliente
y se quedan tiesos
en el pasto,
mientras mamá
revuelve la sopa
mirando por la ventana
la primera nieve.



O'HIGGINS

Los veranos en el campo
eran largos y calurosos,
me tocaba dormir
en la cama plegable
con la almohada de lana;
cada noche
mi cabeza descansaba
sobre esa piedra.
Amanecíamos con el primer sol
para andar a caballo
antes de que el mediodía
nos obligara a una siesta
dispuestos como piezas de ajedrez
sobre el piso de la galería
o a un chapuzón
en las aguas heladas
del tanque australiano.
Pocho ensillaba los caballos de memoria,
a Flor le tocaba Pico,
que era potrillo, bravo y porfiado;
yo, sobre Pampa,
aprendía, elegante, los ritmos de baile:
paso, trote y galope.
Una vez por semana
subíamos al Citroën amarillo
en dirección a Junín
a buscar algunas provisiones
y un mínimo contacto con el pueblo.
Lo que más me gustaba
era la noche,
cuando salíamos
a cazar luciérnagas
que guardábamos en frascos de vidrio
con agujeros en la tapa,
ponernos Off en los brazos y en las piernas,
caminar detrás de la luz mala,
quedarnos hasta la madrugada
dibujando y leyendo
en el comedor de esa estancia
de principios de siglo
a la que le quedaban pocos años
para desmoronarse.



YUYITOS DEL CAMINO

Floripondios
estramonios
y otras daturas
enredaderas híbridas
yuyitos del camino
manzanillas
rúculas silvestres,
dientes de león.

Todas las plantas
enlazadas
a las vías del tren,
abrazadas
con fe y desesperación
a una barra de metal gastado,
crecen como una maleza,
libres, verdaderas.



De Frío y seco, Pampero (La Carretilla Roja, 2018)