Uno querría escribir un poema tan bien acabado que hiciera
honor a la tradición representada por Emily Dickinson, Ezra Pound y Wallace
Stevens, por nombrar tan sólo a algunos maestros.
Por otra parte, uno espera superar esa tradición, revolucionarla, ponerla del revés, y encontrar un espacio vital propio.
Uno querría también entretener al lector con ayuda de deslumbrantes metáforas, arrebatos de imaginación y declaraciones desgarradoras.
Por otra parte, la mayor parte del tiempo uno no tiene ni idea de lo que hace. Las palabras hacen el amor en la página como moscas en el calor del verano, y el poema le debe tanto a la casualidad como a la intención. Probablemente incluso más.
Por otra parte, uno espera superar esa tradición, revolucionarla, ponerla del revés, y encontrar un espacio vital propio.
Uno querría también entretener al lector con ayuda de deslumbrantes metáforas, arrebatos de imaginación y declaraciones desgarradoras.
Por otra parte, la mayor parte del tiempo uno no tiene ni idea de lo que hace. Las palabras hacen el amor en la página como moscas en el calor del verano, y el poema le debe tanto a la casualidad como a la intención. Probablemente incluso más.
El consejo del realista es: abre los ojos y mira. Los
defensores de la imaginación aconsejan: cierra los ojos para ver mejor. Hay una
verdad que se percibe con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los
cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la
calle.
Estamos en el año 1942 o 1943 y éste es uno de los primeros
recuerdos que conservo. Creo que era invierno. Mi madre me llevó a la ópera, a
una representación de Las bodas de Fígaro,
de Mozart. En el primer acto, Susana y Fígaro se encentran en un salón
dieciochesco, paseando de un lado para otro. En algunas mesas hay candelabros
con velas encendidas. En un momento dado, Susana roza una de las largas velas y
el largo chal que lleva sobre los hombros se incendia. El público grita. La
cantante deja de cantar y se lleva las manos a la cabeza horrorizada, mientras
las llamas se propagan cada vez más. Fígaro, sin alterarse, tira del chal, lo
deja en el suelo y lo pisotea como si fuera un bailaor flamenco. Y en ningún
momento deja de cantar esa preciosa música...
Traducción de Jaime Blasco