viernes, 13 de marzo de 2020

Hebe Uhart - Fragmentos sobre escritura



Los siguientes fragmentos pertenecen a Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015), libro de  apuntes y notas tomados por Liliana Villanueva tras asistir durante diez años al taller de escritura de Hebe.



Escribir es una artesanía extraña donde es necesaria e imprescindible la conexión con uno mismo, ya que el que va a escribir debe aprender a acompañarse, a desdoblarse de alguna manera siendo a un mismo tiempo el personaje que siente y el otro, el que observa a ese que siente o que está viviendo algo. La conexión con uno mismo es importante, porque si yo soy una bronca permanente o un rencor o un odio, yo soy una pasión en estado vivo y por lo tanto, no puedo cualificarla, ni puedo definirla, ni puedo acotarla, ni puedo criticarla. Si tengo un rencor eterno no puedo escribir sobre eso porque soy yo un rencor, soy yo una bronca. Entonces, debo pararme y mirar.




Al escribir tiene que haber un momento de vacilación, debo saber y no saber adónde voy, para que el texto sea como un viaje y para que ocurran novedades en el trayecto, que es lo mejor que puede pasar. Si ya sé adónde voy, si me encierro en la consecución de mi meta, no me va a ocurrir nada interesante.




Si tengo un sentimiento debo profundizarlo, no quedarme en la superficie. Estoy cansada, por ejemplo, pero ¿cómo es la cualidad de mi cansancio?, o ¿de qué manera particular uno se cansa de sí mismo? Si la observación o la percepción no está acabada, completa, me abstengo de escribir, porque lo que escriba va a traicionar la idea que tengo del tema. Si, por ejemplo, escribo en un cuento que estoy enamorada, todo el mundo tiene una experiencia de estar enamorado, pero con esa parte del pliegue o del desdoble yo miro la cualidad de mi enamoramiento, es decir, qué detalle concreto es propio de ese sentimiento. Todo el mundo se ha enamorado alguna vez, pero todos los amores son distintos, particulares. Y la literatura es lo particular, son los detalles.




Decía Horacio Quiroga: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”.




Desde la tragedia griega, todo cuento empieza con un “pero”. La tragedia es la matriz del cuento. En todo héroe hay una contradicción, un conflicto. Prometeo era amigo de los hombres y el ladrón del fuego que provoca la ira de Zeus, que al final lo perdona, no por justicia sino por orgullo. A Ajax, el gran guerrero, le ofrecen la ayuda de los Dioses pero él responde: “así cualquiera, yo lo haré solo”, con el resultado de que la omnipotencia se castiga con la locura. Cuando un personaje se vuelve llano, se aplasta el relato. Si no hay un “pero”, no hay cuento, no hay literatura.




Lo primero que tiene que saber el que va a escribir es cuál es su meta, con qué material se debe meter o puede meterse. Cada uno debe saber cuáles son sus limitaciones, decirse: no me puedo meter con este material, porque no lo puedo manejar. No todos los materiales son para mí. Yo debo saber que un tema me va a convocar y que se va a imponer sobre todos los demás. Es como elegir cualquier otra actividad de la vida. Como con un vestido: puede gustarme, pero yo sé que no me va a quedar bien. O como cuando voy a un restaurante, hay de todo pero tengo que elegir lo que a mí me gusta o lo que deseo comer o lo que puedo pagar del menú.




¿Por qué hacemos juicios rápidos? Porque nos da angustia mantenernos en la duda. Para escribir, el juicio rápido no sirve. Si yo digo de un personaje “es un aparato”, no digo nada, tengo que especificar qué clase de aparato es. Si digo “me molesta”, “no me gusta”, “no existe”, o “me molesta porque existe” o “es un fantasma”, lo niego, son expresiones rápidas que no definen al personaje. Para escribir debo mantenerme en una duda razonable, quedarme un poco antes del concepto, de la crítica, del juicio rápido.




Un alumno del taller escribió sobre su abuelo: “lo veo podando el cerco”. Esa es una visión idealizada y sentimental del abuelo y el apego no sirve para escribir. ¿Cómo, de qué manera podaba el cerco el abuelo? “Mi madre amasaba el pan cada día” es otra generalidad, hay millones de madres que han amasado el pan, pero ¿de qué forma?, ¿qué olores yo percibía cada día?, ¿de qué manera particular amasaba mi madre el pan? Siempre debo ir a lo particular para escribir.




Al escribir no hay que dar mucha información, hay que eludir, sugerir, no explicitar. Hay que ponerse en la escritura, no dar una muestra de lo que puedo o soy capaz de hacer y listo. Se trata de entrar más en el sujeto que piensa, siente, hace, sin temor a ser sentimental o ridículo. Si no queda bien, después se poda.




No debemos engolosinarnos con las palabras, ni con los adjetivos redundantes, ni con las frases importantes. Al escribir no hay que quedarse en un concepto, hay que quedarse a unos pasos del concepto, un poco antes, sin llegar a él. Hay que darse tiempo y no cerrar. Ahí, en ese lugar antes del concepto, está la literatura, lo que nos hace ver, lo que abre ventanas. Ahí y no en la frase conclusa, inteligente, pedante. Hay que desconfiar de las frases hechas, de los lugares comunes y de los conceptos terminados.