Ay, amor, esto es miedo. Esto es miedo y sílabas
y el comienzo de la belleza. Hemos caminado por la ciudad,
un animal desollado que significa muerte, un dios híbrido
que canta en la desolación de la porquería y el dinero
una canción que el corazón es incapaz de recibir. De otro
modo
viviremos afligidos, y los ordenados tonos monocromáticos,
las fauces mortíferas de aquel horizonte, nos sobrevivirán
como nosotros sobrevivimos al placer. Qué poca esperanza.
Qué feroz y pequeña privacía la del consuelo.
Qué deslumbramiento de pétalos para la pobre carne.
Ciegos, con ojos como estrellas, como flores astrales,
desde la cegatona enfermedad copulante de las bestias
nos erguimos, agitados como truchas en el aire
hendido,
aterrados, mientras el rayo escarlata del sol
se arrastra desde la imaginación del estanque
de un mar de muerte. Pez, topo,
somos las criaturillas aturdidas
dentro de estas resurrecciones humanas, las noches
que la ciudad celebra y profana. Desde ahí
,todos vamos caminando lentamente a las escalas marinas
desde el susurro encapuchado de las olas,
la polifonía mesurable. Estrellitas,
y ciega el hambre bajo el sol,
nos buscamos y nos volvemos a buscar
en el aire materno de lo que queremos
Por eso el ciego Orfeo celebra el amor
y el amor nos saca
los ojos
y todos los amantes van husmeando su camino hasta Dover.
Por eso la inocencia cuenta tanto,
Venus resulta la menos santa en las actitudes de la
vergüenza.
He aquí a las criaturas perdidas y la profunda dulzura de la pulpa,
un azul tamborileo sobre el hueso formado,
río,
flama, mercurio. No es el fuego
que ansiamos ni las cenizas. Es la hora quieta,
un venado que viene lento hasta el arroyo al anochecer,
la mesa puesta para la abstinencia, ventanas
llenas de flores como el verano en la provincia
que se desvanece cuando la palidez de medio rostro de la
luna
se alza sobre la oscura línea de lino
de los montes.
Traducción de Pura López Colomé
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