DOS VISTAS DE UNA SALA DE CADÁVERES
I
El día en que ella visitó la sala de disección
tenían cuatro hombres tumbados, negros como pavos quemados,
a medio despedazar. Rezumaban un vapor
avinagrado como de cubetas mortuorias;
los chicos de batas blancas comenzaron a trabajar.
La cabeza de su cadáver se había hundido
y ella apenas podía reconocer nada
entre el caos de cráneos y pellejos rancios.
Un raquítico trozo de cuerda lo sujetaba.
En sus frascos, criaturas con nariz de caracol miran ensimismadas y brillan.
Y él entrega el corazón roto como una herencia resquebrajada.
II
En la panorámica de Brueghel de humo y matanza
sólo dos personas no ven los montones de carroña.
Él, a flote en el mar de azul satén
de sus faldas, canta en la dirección
de su espalda desnuda, mientras ella se inclina
sobre él, con una partitura entre los dedos,
ajenos ambos al violín en manos
de la muerte cuya cabeza ensombrece su canción.
Florecen estos amantes flamencos; no por mucho tiempo.
Mas la desolación, detenida en la pintura, perdona al pequeño paisaje
distraído, delicado, desde el borde inferior derecho.
EL COLOSO
Jamás conseguiré recomponerte del todo,
unir, pegar tus pedazos y juntarlos como es debido,
rebuzno de mula, gruñido de cerdo y carcajadas obscenas
salen de tus enormes labios.
Esto es peor que un corral.
Acaso te consideras un oráculo,
portavoz de los muertos, o de algún que otro dios.
Llevo treinta años trabajando
Para extraer el sedimento de tu garganta.
Sigo sin entenderlo.
Escalera arriba con botes de cola y Lysol
trepo como una hormiga en duelo
por encima de los campos de maleza de tu frente
para reparar las inmensas planicies de tu cráneo y limpiar
los blancos, desnudos túmulos de tus ojos.
Un cielo azul como de la Orestíada
se arquea por encima de nosotros. Oh, padre, tan solo como estás
eres denso y hondo en la historia como el foro romano.
Abro mi almuerzo sobre una colina de cipreses negros.
Tus huesos aflautados y tu pelo de acanto desbordan
su antigua anarquía hasta la línea del horizonte.
Haría falta más de un rayo
para crear una ruina así.
De noche me acurruco en la cornucopia
de tu oreja izquierda, al abrigo del viento,
y cuento las estrellas rojas, y las de color ciruela.
El sol sale bajo la columna de tu lengua.
Mis horas abrazan la sombra.
Ya no atiendo el encallar de las quillas
en las piedras desnudas del embarcadero.
SOY VERTICAL
Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor maternal
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa,
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección–
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez,
y las flores tendrán tiempo para mí.
ESPEJO
Soy de plata y exacto. No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía.
No soy cruel, sólo veraz–
el ojo de un diosecillo, con cuatro esquinas.
La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. La he mirado tanto
que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve.
Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí,
buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
Soy importante para ella. Viene y va.
Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.
En mí ha ahogado a una muchacha, y desde mí una mujer mayor
se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.
NACIDOS MUERTOS
Estos poemas no viven: el diagnóstico es triste.
Los dedos de manos y pies crecieron bastante,
sus pequeñas frentes se abombaron por la concentración.
Si no caminaron por ahí como personas
no fue por falta de amor materno.
¡No puedo entender lo que les ocurrió!
Tienen la forma, el número, los miembros precisos.
¡Se ven tan bien ahí en su líquido de adobo!
Sonríen, sonríen, sonríen, me sonríen a mí.
Pero los pulmones no se hinchan y el corazón no bombea.
No son cerdos, ni siquiera son peces,
aunque tienen cierto aire de cerdo y de pez,
sería mejor que estuvieran vivos, y así es como estaban.
Pero están muertos, y su madre, casi muerta de enajenación,
y miran como estúpidos, y no hablan de ella.
SOY VERTICAL
Pero preferiría ser horizontal.
No soy un árbol con las raíces en la tierra
absorbiendo minerales y amor maternal
para que cada marzo florezcan las hojas,
ni soy la belleza del jardín
de llamativos colores que atrae exclamaciones de admiración
ignorando que pronto perderá sus pétalos.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal
y una flor, aunque no tan alta, es más llamativa,
y quiero la longevidad de uno y la valentía de la otra.
Esta noche, bajo la luz infinitesimal de las estrellas,
los árboles y las flores han derramado sus olores frescos.
Camino entre ellos, pero no se dan cuenta.
A veces pienso que cuando estoy durmiendo
me debo parecer a ellos a la perfección–
oscurecidos ya los pensamientos.
Para mí es más natural estar tendida.
Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad,
y así seré útil cuando al fin me tienda:
entonces los árboles podrán tocarme por una vez,
y las flores tendrán tiempo para mí.
ESPEJO
Soy de plata y exacto. No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía.
No soy cruel, sólo veraz–
el ojo de un diosecillo, con cuatro esquinas.
La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. La he mirado tanto
que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve.
Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí,
buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
Soy importante para ella. Viene y va.
Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.
En mí ha ahogado a una muchacha, y desde mí una mujer mayor
se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.
NACIDOS MUERTOS
Estos poemas no viven: el diagnóstico es triste.
Los dedos de manos y pies crecieron bastante,
sus pequeñas frentes se abombaron por la concentración.
Si no caminaron por ahí como personas
no fue por falta de amor materno.
¡No puedo entender lo que les ocurrió!
Tienen la forma, el número, los miembros precisos.
¡Se ven tan bien ahí en su líquido de adobo!
Sonríen, sonríen, sonríen, me sonríen a mí.
Pero los pulmones no se hinchan y el corazón no bombea.
No son cerdos, ni siquiera son peces,
aunque tienen cierto aire de cerdo y de pez,
sería mejor que estuvieran vivos, y así es como estaban.
Pero están muertos, y su madre, casi muerta de enajenación,
y miran como estúpidos, y no hablan de ella.
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