miércoles, 20 de mayo de 2015

Cuatro poemas de Charles Simic



MOTEL PARAÍSO

Había millones de muertos; todos inocentes.
Me quedé en mi cuarto. El presidente
habló de la guerra como un filtro de amor.
Mis ojos desorbitados no podían creerlo.
En el espejo mi cara
me parecía una estampilla ya usada.

Vivía bien, pero la vida era espantosa.
Había tantos soldados ese día,
muchísimos refugiados llenaban los caminos.
Claro que todos desaparecieron
con mover sólo un dedo.
La historia se lamía la sangre de los labios.

En los canales de la televisión por cable, un hombre y una mujer
se comían a besos y se arrancaban la ropa, y yo mirando
con la televisión muda y el cuarto a oscuras
salvo en la pantalla donde el color se teñía
demasiado de rojo, demasiado rosado.




VERANO EN EL CAMPO

Una me enseña a acostarme en un campo de tréboles.
Otra cómo meterle la mano bajo su faldita dominguera.
Otra cómo besar con la mano llena de moras.
Otra cómo coger luciérnagas en una botella cuando oscurece.

Aquí hay un establo con una yegua negra
y una prueba de la existencia de Dios cabalgando en camisón rojo.
Hijita del Diablo –o lo que sea.
Sinvergüenza, me pide que vaya a buscarle un látigo.




FÁBRICA DE JUGUETES

Aquí trabaja mi madre,
y lo mismo mi padre.

Les toca el turno de noche.
En la cadena de montaje.
Dándole cuerda a los juguetes,
inspeccionan resortes.

Los siete muñequitos
del escuadrón de fusilamiento
apuntan sus rifles,
y los bajan muy rápido.

El que es fusilado
cae y se vuelve a parar,
cae y se vuelve a parar
con su vendita pintada en la cara.

Los sepultureros de juguete
no funcionan muy bien,
sus palas les pesan,
les pesan muchísimo.
¿Quizás así
debe ser?




CARNICERÍA

A veces, caminando de noche
me paro frente a la carnicería cerrada.
Con su luz solitaria
como la del condenado cavando su túnel.

Un delantal cuelga del gancho:
embadurnado por continentes inmensos
mapas de sangre,
los grandes ríos y océanos de sangre.

Hay cuchillos que brillan como altares
en una iglesia oscura
donde traen al inválido y al imbécil
para curarlos.

Ahí donde quiebran los huesos en un tablón
raspado y limpio –un río seco en su cauce
donde me alimentan,
donde en lo profundo de la noche escucho una voz.



De Desarmando el silencio (Paraíso Perdido, 2006)
Traducción de Juan Carlos Galeano

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