MOTEL
PARAÍSO
Había
millones de muertos; todos inocentes.
Me
quedé en mi cuarto. El presidente
habló de
la guerra como un filtro de amor.
Mis
ojos desorbitados no podían creerlo.
En el
espejo mi cara
me parecía
una estampilla ya usada.
Vivía
bien, pero la vida era espantosa.
Había
tantos soldados ese día,
muchísimos
refugiados llenaban los caminos.
Claro
que todos desaparecieron
con mover
sólo un dedo.
La
historia se lamía la sangre de los labios.
En los
canales de la televisión por cable, un hombre y una mujer
se
comían a besos y se arrancaban la ropa, y yo mirando
con la
televisión muda y el cuarto a oscuras
salvo
en la pantalla donde el color se teñía
demasiado
de rojo, demasiado rosado.
VERANO
EN EL CAMPO
Una me
enseña a acostarme en un campo de tréboles.
Otra
cómo meterle la mano bajo su faldita dominguera.
Otra
cómo besar con la mano llena de moras.
Otra
cómo coger luciérnagas en una botella cuando oscurece.
Aquí
hay un establo con una yegua negra
y una
prueba de la existencia de Dios cabalgando en camisón rojo.
Hijita
del Diablo –o lo que sea.
Sinvergüenza, me pide que vaya a buscarle un látigo.
FÁBRICA
DE JUGUETES
Aquí
trabaja mi madre,
y lo
mismo mi padre.
Les
toca el turno de noche.
En la
cadena de montaje.
Dándole
cuerda a los juguetes,
inspeccionan
resortes.
Los
siete muñequitos
del
escuadrón de fusilamiento
apuntan
sus rifles,
y los
bajan muy rápido.
El que
es fusilado
cae y
se vuelve a parar,
cae y
se vuelve a parar
con su
vendita pintada en la cara.
Los
sepultureros de juguete
no funcionan
muy bien,
sus
palas les pesan,
les
pesan muchísimo.
¿Quizás
así
debe ser?
CARNICERÍA
A
veces, caminando de noche
me paro
frente a la carnicería cerrada.
Con su
luz solitaria
como la
del condenado cavando su túnel.
Un delantal
cuelga del gancho:
embadurnado
por continentes inmensos
mapas
de sangre,
los
grandes ríos y océanos de sangre.
Hay
cuchillos que brillan como altares
en una
iglesia oscura
donde
traen al inválido y al imbécil
para
curarlos.
Ahí
donde quiebran los huesos en un tablón
raspado
y limpio –un río seco en su cauce
donde
me alimentan,
donde
en lo profundo de la noche escucho una voz.
De Desarmando el silencio (Paraíso Perdido, 2006)
Traducción de Juan Carlos Galeano
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