De acuerdo,
imposible
capturar unicornios vivos,
salvo mediante una virgen
ni
siquiera cerca
–a no ser en tapices–,
repentinos,
entre malezas,
jamás confundidos con antílopes,
pero
igual
agregaríamos a la mesa
un plato junto al nuestro:
esperarlos,
pueril intento como pura
decepción, irrumpir
de la patraña de que todas
las criaturas conocidas tienden
a multiplicarse,
indiscriminadamente
aparecer en cualquier terreno,
merodear casas,
sólo que
de especies
enigmas, nombradas
para crearlas,
se espera que muy otra haya
de ser la órbita, desplazamiento,
tanto
que nuestro
dudoso comensal quizás fuera Cristo,
amado por Hijo de Unicornios,
cuerno en medio de la frente,
hasta redimirnos,
y veloz al llegar, irse,
ni Tronos ni Poderes
lo retendrían,
ningún
Infierno de aquí
alcanzaría a contenerlo.
DIVAGAR EN UN TEXTO
La desgracia es
no tener en verdad nada.
Es tener o nada.
Es miseria
del solo y sin arrimo,
monologando,
sola
su cara,
sombra,
quemados
los labios
en urdimbres de palabras,
sus interacciones,
idea y
sonido, sentido y cosa,
que al decirlas desdibujan
qué provocó decirlas,
ansiedades.
Está en la nulidad
del brío, atolondrado y falso,
que despliegan las palabras
para hacérsenos concretas,
por sí mismas las manos
cuyas labores definen,
su
barrer
del suelo ramas podridas,
sondear la tierra con punzón,
perforar paredes del vecino
para robarle luz.
No tener en verdad nada,
fuera de lo espectral del lenguaje,
fantasmagórico
proponernos que los pensamientos
vengan de palabras,
que de pensamientos
vengan palabras,
la
forma del fondo
el
fondo de la forma.
De Monodias (Editorial Sudamericana, 1985)
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