Terror y música. Mousiké y pavor. Estas palabras me parecen indefectiblemente
ligadas -por más alógenas y anacrónicas que sean entre sí. Como el sexo y el
lienzo que lo cubre.
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En el seno de la naturaleza los lenguajes humanos son los
únicos sonidos pretenciosos. (En la naturaleza son los únicos sonidos que
pretenden dar sentido a este mundo. Son los únicos sonidos que tienen la
arrogancia de intentar devolver un sentido a quienes los producen. Martilleo de
los pies que hace sonar la tierra: expavescentia, expavantatio; sonido
de hombres pisoteando la tierra sin pausa, huyendo, aterrorizados, de la
proximidad al lugar. La proximidad al lugar, antes del neolítico, fue el
abismo.)
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Algunas melodías se incrustan con tanta presteza en el
corazón de los hombres como el orín en el hierro.
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Sonidos de muerte.
Hermes vacía la tortuga, roba y pone a cocer una vaca,
desprende el cuero, lo estira sobre el caparazón vacío de carne, en fin fija y
tensa encima siete tendones de carnero. Inventa la cítara. Después cede su tortuga-vaca-carnero
a Apolo.
Syrdón, en el Libro de
los Héroes, descubre hirviendo en el caldero los cuerpos de sus hijos,
tensa las venas que salen de los doce corazones de sus hijos muertos en la
osamenta de la mano derecha de su hijo mayor. Así inventa Syrdón la primera foendyr.
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Horacio dice que el silencio, incluso a mediodía, hasta en
el momento del torpor más grande, el verano, "zumba" en las riberas
inmóviles de los ríos.
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Lo que dice Ulises después del canto de las Sirenas,
cuando brama que por piedad desanuden
los lazos que lo retienen en el mástil de cubierta para poder correr de
inmediato hacia la música perturbadora
que lo fascina:
-Autar emon kér éthel' akouemenai.
Ulises jamás dijo que el canto de las Sirenas fuera bello.
Ulises -único humano que haya oído el canto de muerte sin morir- dice, para caracterizar
el canto de las Sirenas, que su canto "llena el corazón del deseo de
escuchar".
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Todo está cubierto de sangre ligada al sonido.
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De ciertas lluvias se dice que martillan. De otras que
tamborilean. De otras que crepitan. Estas imágenes, aparte de la sensación de
verdad que procuran, son en realidad extraordinarias —un tamboril, un fuego, un
martillo— para decir la lluvia.
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Confidencia personal en un bosque, hace treinta y dos años.
Estábamos solos bajo las hojas amarillentas y algunos temblorosos rayos de luz:
ella bajaba la voz hasta la delgadez del aliento, hasta ensordecer mi
percepción, para confiarme cada deseo. No lograba oír lo que decía. Me
equivocaba una de cada dos veces. ¿Temía que la oyera alguien? ¿Un gamo? ¿Una
hoja? ¿Dios?
Sus labios avanzaban hacia mi oreja.
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Antes del nacimiento y hasta el último instante de la
muerte, hombres y mujeres oyen sin un instante de pausa.
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No hay sueño para la audición. Por eso los instrumentos que
despiertan apelan al oído. Para el oído es imposible ausentarse del entorno. No
hay paisaje sonoro porque el paisaje supone distancia ante lo visible. No hay
apartamiento ante lo sonoro.
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La audición intrauterina está descrita por los
naturalistas como algo lejano. La placenta aleja los ruidos del corazón y de
los intestinos, el agua reduce la intensidad de los sonidos, los vuelve más
graves, los convierte en amplias olas que dan masaje al cuerpo. De tal manera
que en lo profundo del útero reina un ruido de fondo grave que los acústicos comparan
a un “soplo sordo”. El mismo ruido del mundo exterior se percibe como un
“ronroneo sordo, dulce y grave” por encima del cual se eleva el melos de la voz materna, repitiendo el
acento tónico, la prosodia, el fraseo que agrega al idioma que habla. Ello
constituye la base individual del trino.
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La música no se examina ni se encara. La música arrebata de
inmediato en el arrebato físico de su cadencia tanto al que la ejecuta como al
que la padece.
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El objeto intangible, inhusmeable, inalcanzable, invisible,
asemántico, inexistente de la música.
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La inconsistencia y la no-delimitación son atributos divinos.
La naturaleza de los sonidos es ser invisible, sin contornos precisos, con
potencia para interpelar lo invisible o para hacerse mensajeros de lo
indelimitable.
La audición es la única experiencia sensible de la
ubicuidad.
Por eso los dioses terminan como verbos.
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Las mujeres nacen y mueren en un soprano que parece
indestructible. Su voz es un reino. Los hombres pierden sus voces de niño. A
los trece años enronquecen, cacarean, balan.
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Algunos pájaros atraen con un canto sobrenatural a
ciertos hombres hacia el lugar cubierto
de huesos donde anidan: algunos hombres atraen con un canto artificial a
ciertos pájaros hacia el lugar cubierto
de huesos donde se cobijan.
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Cuando Myron quiso representar al dios de la música esculpió
a Marsias ceñido al tronco de un árbol, mientras era desollado vivo.
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La campana deriva de lo animal. La palabra
inglesa bell deriva de bellam, mugir.
La campana es el mugido de los hombres.
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¿Por qué el oído es la puerta de aquello que no es de este
mundo? ¿Por qué el universo acústico desde su origen consistió en el acceso privilegiado
al otro mundo? ¿Está el ser más ligado al tiempo que al espacio? ¿Está más
ligado a la lengua -a la música, a la noche- que a las cosas visibles y
coloreadas que el sol ilumina cada día? ¿Es el tiempo el florecimiento propio
del ser y el obedecer su flor oscura? ¿Es el tiempo el disparo del ser? ¿Son
sus flechas la música, el lenguaje, la noche y el silencio? ¿La muerte su
blanco?
De todas las artes, la música es la única que colaboró en el
exterminio de los judíos de 1933 a 1945. Es el único arte requerido como tal
por la administración de los Konzentrationlager. Hay que subrayar, para su deshonra, que este arte es el
único que se acomodó a la organización de los campos, al hambre, al despojo, al
trabajo, al dolor, a la humillación y a la muerte.
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Desde lo que los historiadores llaman “Segunda Guerra
Mundial”, desde los campos de exterminio del Tercer Reich, hemos entrado en una
época en la que las secuencias melódicas exasperan. Sobre todo el espacio de la
tierra, y por primera vez desde la invención de los primeros instrumentos, el
uso de la música se volvió a la vez impositivo y repugnante. De pronto,
amplificada al infinito por la invención de la electricidad y la multiplicación
de su tecnología, se volvió incesante, agrediendo lo mismo de noche que de día,
en las calles de los centros urbanos, en las galerías y pasajes comerciales, en
los almacenes, en las librerías, en los edificios de los bancos extranjeros
donde se retira dinero, aun en las albercas, aun a la orilla de las playas, en
los departamentos privados, en los restaurantes, en los taxis, en el metro, en
los aeropuertos. Aun en los aviones en el momento de despegar o de aterrizar.
Aun en los campos de la muerte.
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La música atrae hacia ella los cuerpos humanos.
Una vez más, es la sirena del cuento de Homero. Ulises atado
al mástil de su nave es asaltado por la melodía que lo atrae. La música es un anzuelo
que atrapa a las almas y las conduce hacia la muerte. Fue el dolor de los
deportados cuyo cuerpo se sublevaba a pesar suyo.
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Hay que oír esto temblando: era con música como esos cuerpos
desnudos entraban en la cámara.
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Simon Laks escribió: “La música precipitaba el final”.
Primo Levi escribió: “En el Lager la música
llevaba hacia el fondo”.
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¿Cómo la música pudo ser “involucrada en la ejecución de
millones de seres humanos”?
¿Por qué tuvo una “participación más que activa” en ello?
La música viola al cuerpo humano. Lo pone de pie. Los ritmos
musicales fascinan a los ritmos corporales. Al encuentro de la música, el oído no
puede cerrarse. La música es un poder y por lo tanto se asocia a todo poder. Su
esencia es de desigualdades. Oído y obediencia están ligados. Un jefe, unos ejecutantes,
unos obedientes, tal es la estructura que su ejecución establece. Donde haya un
jefe y unos ejecutantes, hay música. En sus relatos filosóficos, Platón nunca
pensó distinguir entre la disciplina y la música, la guerra y la música, la
jerarquía social y la música. Aun las estrellas son sirenas según Platón, son
astros sonoros productores de orden y de universo. Cadencia y mesura. La marcha
tiene cadencia, los macanazos tienen cadencia, los saludos tienen cadencia. La
primera función, o por lo menos la más cotidiana de las funciones asignadas a
la música de los Lagerkapelle, radica en dar ritmo a la salida y al regreso de los Kommandos.
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Audición y vergüenza son gemelas. En La Biblia, en el relato del Génesis, ocurren a un mismo tiempo la desnudez antropomorfa
y el “ruido de sus pasos”.
Después de haber comido el fruto del árbol que
desnuda, el primer hombre y la primera mujer escuchan al mismo tiempo el ruido
de Yahvé-Elohim que pasea por el jardín de brisa diurna; al verse desnudos,
disimulan sus cuerpos detrás de las hojas del árbol que viste.
En el Edén, el acecho sonoro y la vergüenza
sexual ocurrieron a un mismo tiempo.
La visión y la desnudez, la audición y la
vergüenza son una misma cosa.
Ver y escuchar son el mismo instante y ese
instante es inmediatamente el final del Paraíso.
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Somos el fruto de una sacudida entre dos
caderas desnudas, incompletas, avergonzadas una frente a la otra y cuya unión
fue ruidosa, rítmica y gimiente.
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Nada humano jamás le importó a este mundo. Nada humano jamás despertó el interés de los ríos ni de las flores. Todo se difumina en esta bruma granulosa e indistinta que el fuego del sol agregó al calor de la luz. El sol de mediodía empieza a declinar. Hasta el río de los muertos se ha dormido. Nada humano jamás importó al agua que se estanca y ya no refresca. Nada humano jamás importó a los sueños que visitan al dormir de los hombres. Nada humano jamás importó a las visiones que los deslumbran tras sus párpados cerrados y que enderezan violentamente su sexo cuando las miran, las ignoran y duermen.
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Nada humano jamás le importó a este mundo. Nada humano jamás despertó el interés de los ríos ni de las flores. Todo se difumina en esta bruma granulosa e indistinta que el fuego del sol agregó al calor de la luz. El sol de mediodía empieza a declinar. Hasta el río de los muertos se ha dormido. Nada humano jamás importó al agua que se estanca y ya no refresca. Nada humano jamás importó a los sueños que visitan al dormir de los hombres. Nada humano jamás importó a las visiones que los deslumbran tras sus párpados cerrados y que enderezan violentamente su sexo cuando las miran, las ignoran y duermen.
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Oír y obedecer.
La primera vez que Primo Levi, en la entrada
del campo, escuchó la banda que tocaba Rosamunda,
le costó reprimir la risa nerviosa que se adueñó de él. Entonces distinguió los
batallones que venían de regreso al campo, con sus extraños andares, avanzando
en columnas de cinco, casi rígidos, el cuello estirado, los brazos pegados al
cuerpo, parecían hombres hechos de madera, la música levantaba las piernas y
decenas de miles de suecos de madera, contraía los cuerpos cual autómatas.
Los hombres estaban tan desprovistos de fuerza
que los músculos de las piernas obedecían, a pesar de ellos mismos, a la fuerza
propia que los ritmos de la música del campo imponía y que Simon Laks dirigía.
*
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Primo Levi llamó “infernal” a la música.
Primo Levi, que no suele recurrir a imágenes,
escribió: “Sus almas están muertas y la música las empuja hacia adelante como
el viento a las hojas secas, sustituye su voluntad”.
Luego subraya el goce estético experimentado
por los alemanes ante esas coreografías matutinas y vespertinas de la
desgracia.
Si los soldados alemanes organizaron música en
los campos de la muerte, no fue para atenuar su dolor ni tampoco para
conciliarse con sus víctimas.
1. Fue para aumentar la obediencia y sellar a
todos en esa fusión no personal ni privada que toda música genera.
2. Fue por el placer, por el placer estético y
el goce sádico que experimentaban
al escuchar melodías amadas y al contemplar un
ballet de humillación bailado por los que cargaban con los pecados de quienes los
humillaban.
Fue una música ritual.
Primo Levi reveló la más antigua de las
funciones asignadas a la música. La música —escribe— era percibida como
“maleficio”. Era una “hipnosis de ritmo continuo que aniquila el pensamiento y
adormece el dolor”.
*
*
Primo Levi continúa
diciendo que estas marchas y canciones están grabadas en los cuerpos: “Serán la
última cosa del Lager que olvidaremos porque son la voz del Lager. Es el instante en que
resurge el trino que se metamorfosea bajo
la forma del tarabust”. El melos es tarabust[i]
del
ritmo del cuerpo, se confunde con la molécula sonora personal. Entonces, Primo Levi
escribió que la música aniquila. La música se vuelve “expresión sensible” de la
determinación con la cual algunos hombres emprendieron el exterminio de otros.
*
*
En un artículo publicado en 1903, R. Mac
Dougall propuso llamar “intervalo muerto” al silencio muy peculiar que separa
al oído humano de dos grupos rítmicos sucesivos. El silencio que separa estos
dos grupos es de una duración paradójica que nace a partir de lo “finito” y que
se interrumpe a partir del “comienzo”.
Este silencio que la humanidad escucha no
existe.
Robert Mac Dougall lo llamó “muerte”
*
*
Goethe, a sus setenta y cinco años, escribió: “La
música militar me levanta como un puño que se abre”.
*
*
Gabriel Fauré decía de la música que tanto su
escritura como su audición generan un “deseo de cosas inexistentes”.
La música es el reino del “intervalo muerto”.
Al oírla, lo irreversible nos visita. Es
actualización del pasado. Es una parte de ninguna parte que viene hasta aquí.
Es el regreso del sin regreso. Es la muerte en el día. Es lo asemántico en el
lenguaje.
*
*
Elías Canetti repitió que el origen del ritmo
era caminar sobre dos pies, lo que daría también origen a la métrica de los
poemas antiguos. El caminar humano sobre dos pies persiguiendo las pisadas de
las presas y de las manadas de renos, luego de bisontes, luego de caballos. Las
huellas de los animales eran, a su parecer, la primera escritura descifrada por
el hombre que los persigue. La huella es la anotación rítmica del ruido.
Pisotear masivamente el suelo es la primera de las danzas y no es de origen
humano.
Todavía hoy la masa humana entra pisoteando
masivamente en la sala de concierto o de ballet. Luego, todos callan y
coinciden en abstenerse de todo ruido corporal. Luego, todos baten las manos
rítmicamente, gritan, hacen un escándalo ritual y al final, levantándose todos
juntos, de nuevo pisotean masivamente la sala donde se produjo la música.
La música está ligada a la jauría de la
muerte. Taconear: es lo que Primo Levi advirtió al descubrir por primera vez la
música que tocaban en el Lager.
*
*
Me sorprende que unos hombres se sorprendan de
que algunos de entre ellos que aman la música más refinada y compleja, capaces
de llorar escuchándola, sean capaces, al mismo tiempo, de ser feroces. El arte
no es lo contrario de la barbarie. La razón no es la contradicción de la
violencia. No se puede oponer lo arbitrario al Estado, la paz a la guerra, la
sangre vertida al acecho del pensamiento, porque lo arbitrario, la muerte, la violencia,
la sangre y el pensamiento no se liberan de una lógica que no deja de ser
lógica, aunque sobrepase la razón.
Las sociedades no se liberan de la entropía
caótica que conforma su origen: ese será su destino.
Lo apabullante de la audición entraña la
muerte.
*
*
En Musiques d’un autre monde, Simon Laks relata esta historia.
En 1943, en el campo de Auschwitz, en ocasión
de la velada de Navidad, el comandante Schwartzhuber ordenó a los músicos del Lager ir a entonar cánticos navideños alemanes y polacos ante los
enfermos del hospital para mujeres.
Simon Laks y sus músicos fueron al hospital
para mujeres.
En un principio, el llanto se adueñó de todas
las mujeres, particularmente de las polacas, hasta formar un sollozo más sonoro
que la música misma.
Luego, los gritos sucedieron a las lágrimas.
Las enfermas gritaban “¡Deténganse!, ¡Deténganse!, ¡Váyanse!, ¡Lárguense!,
¡Déjenos morir en paz!”
De los músicos, Simon Laks era el único que
entendía el sentido de las palabras que aullaban las mujeres polacas. Los
músicos miraron a Simon Laks, éste les hizo señal de retirarse. Y se fueron.
Simon Laks declaró que hasta entonces nunca
había pensado que la música pudiese doler tanto.
La música duele.
De El odio a la música
Traducción: Pierre Jacomet y Stéphanie Robert
Traducción: Pierre Jacomet y Stéphanie Robert
[i] Del antiguo provenzal tarabust: hacer ruido, molestar, fastidiar en exceso,
atormentar,
importunar mediante palabras o intervenciones
reiteradas.
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