I de inmortalidad, que para algunos poetas constituye una forma
necesaria y creíble de compensación. Mientras que, en teoría, son desdichados
en vida, serán recordados cuando todos los demás hayamos caído en el olvido.
Ninguno de ellos pregunta por la calidad de ese recuerdo; cómo será quedarse
agazapado en los oscuros corredores de la mente de alguien hasta el momento en
que tenga lugar el recuerdo, o el que lo depositen de repente y para siempre en
las praderas de la oscuridad. La mayoría de los poetas sabe muy bien que no
debe preocuparse por semejantes cosas. Saben que es más probable que con ellos
mueran sus poemas y que de estos nunca más se vuelva a hablar, que sean
reemplazados por otros con un aspecto nuevo y con un lenguaje más
contemporáneo. Sabe asimismo, que, aunque mueran incluso los poemas singulares,
lentamente en algunos casos, la poesía seguirá existiendo: que sus contenidos,
sus temas constantes, son menos susceptibles de cambiar que las modas del
lenguaje, y que aquí es donde podría darse una inmortalidad alternativa, menos
brillante. Todos sabemos que un poema puede influir en otros poemas, mantenerse
vivo en ellos, de igual modo que en él viven otros poemas anteriores. ¿No podríamos decir, por tanto, que un poema triunfa
del todo cuando fomenta su propia revisión y provoca su propia desaparición?
Sí, pero, ¿es esto la inmortalidad, o simplemente una forma resuelta de estar
muerto?
De “Abecedario de un poeta”, en Sobre nada y otros escritos (Turner, 2015)
Traducción de Juan Carlos Postigo Ríos
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