¡Cómo nos persiguen
los muertos!
Aunque escondamos sus fotos.
Aunque saquemos de la casa sus ropas.
Aunque intentemos obligarlos
al rincón oscuro del silencio
cómo vuelven…
Durante el día
intervienen en nuestras conversaciones
y hablan por nuestra boca
palabras violentas.
Hay quien elige nuestra ropa
y quien nos empuja hacia la casa
adonde no pensábamos volver.
Qué ansiedad nos transmiten
en nuestras enfermedades.
Y como las flores apretadas
entre las hojas de un libro
o como la carta que amarillea
con qué paciencia nos esperan.
¿Son lo que entra en el instante
en que el pensamiento se abre
al esplendor del verano?
¿Esa sensación de brisa
son?
¿Ese miedo repentino que la acompaña?
Sólo de noche
cuando dormimos
los muertos están quietos.
Ya la llave giró en su cerradura
y ellos —como perros sin dueño—
se echan ante la puerta.
¿Cómo quedarán mis manos
cuando muera?
¿En qué gesto inmóvil
como si un silencioso pintor
las hubiera acomodado?
¿Tratando de agarrar la taza de té frío
o la flor que un amigo piadoso traería
para endulzar la convalecencia?
O simplemente una a cada lado de mi cuerpo
hermanas como han sido
siempre
de mi vida
—poco propicias a la caricia
poco propicias al golpe
siempre distantes de mis emociones...—
Compatriotas,
júzguenlas con benevolencia.
Déjenlas como queden
no las fuercen al gesto del perdón.
Piensen que fueron las manos de una niña
que ya murió,
de una muchacha tímida
que murió también.
Y si quedaran crispadas:
piensen que su vida
—como la de ninguno de ustedes—
fue fácil.
LOS HUESOS DE MI PADRE
Hace más de veinte años que
murió
y no renovamos el derecho de sus huesos
a permanecer en el nicho.
De mi parte fue intencional.
A mi padre no le gustaba estar encerrado.
Ojalá un sepulturero los haya vendido
y haya comido algo especial con su mujer y sus hijos
o se haya tomado unos vinos
en rueda de amigos.
Y con esos huesos un joven estudie medicina
—esos huesos largos y bien formados—
sin pensar en la muerte.
LA FORASTERA
Durante muchas noches de insomnio
he vagado
aterida
por la Ciudad del Pasado.
No llevaba planos
no llevaba guía
no llevaba lámpara.
Como sonámbula
esquivaba los peligros.
Como forastera
ellos me asaltaban.
Bellos rostros que se abrían como flores
cuerpos del amor…
No pude encontrar mi casa.
Esa ciudad por la que vagué
fue moldeada
con grandes emociones
con grandes deseos.
Así también
de grande
es su cementerio.
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