lunes, 22 de junio de 2020

Tres poemas de Emily Dickinson




379

Tiene tan poco que hacer la hierba—
una esfera de sencillo verde,
solo incubar mariposas,
y entretener abejas,

y agitarse todo el día ante bonitas canciones
que le trae la brisa,
y retener la luz del sol en el regazo
e inclinarse ante todo;

y ensartar el rocío por la noche, como perlas,
y hacerse tan delicada—
que una duquesa sería demasiado vulgar
para percibirlo.

E incluso cuando muere, fallece
con tan divino aroma,
como humildes especias dormidas,
o amuletos de pino.

Después, habitar en graneros soberanos
y pasar los días durmiendo—
tiene tan poco que hacer la hierba,
¡ojalá yo fuese heno!




1056

Si yo pudiese cabalgar ilimitada
como hace la abeja en la pradera
e ir de visita solo donde yo quisiera
y que nadie me visitara,

y flirtear todo el día con ranúnculos
y casarme con quien yo quiera,
y habitar un poco en todos lados,
o mejor, huir

sin policía que persiga
o que me siga si lo hago
hasta que salte penínsulas
para alejarme de ti—

dije, ser solo una abeja
en una corriente de aire
y remar en la nada todo el día
y anclarme fuera del puerto—
¡Qué libertad! Así piensan los cautivos
que aguardan en estrechas mazmorras.




1098

Las hojas, como las mujeres, intercambian
astutas confidencias;
unos cuantos saludos, y unas cuantas
portentosas conclusiones,

en ambos casos las partes
disfrutan del secreto—
compacto e inviolable
a la visibilidad.




De Herbario & Antología botánica (Ya lo dijo Casimiro Parker, 2020)
Traducción de Eva Gallud


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