PREGUNTA
A TU ASTRÓLOGO
Mis
estrellas son culpables de negligencia benigna.
No
me procuran riquezas
pero
tampoco incendian mi casa.
me
han dejado a medio camino
entre
la buena y la mala suerte.
Es
una situación que no puedo tratar con ligereza.
Estoy
nervioso. Miro sobre mi hombro.
Allí
va un aprovechado
pisando
las sombras de los peatones
como
si fueran ratones escurridizos.
Tengo
que entrar en una iglesia para evitarle.
A
Dios, que se ha retirado
con
sus heridas a un rincón,
ahí
afuera el mundo es un enigma
que
ni siquiera tú puedes resolver.
Después,
sin peligro a la vista, corro a comprar
el
periódico y leo mi horóscopo:
una
ración de disgustos menores y pequeñas
satisfacciones,
eso es lo que me toca esta semana,
a
no ser, por supuesto, que mi astrólogo lo arruine.
EL
BLUES DE LA MAÑANA NEVADA
El
traductor es un lector atento.
Lleva
gafas gruesas
mientras
echa un vistazo por la ventana
hacia
los campos y los arbustos nevados
que
son como una hoja de papel
cubierta
con rápidos garabatos
en
un idioma que conoce lo suficiente
sin
entender una palabra,
solo
lo que los ojos ven
y
el corazón en su lengua intuye.
Es
tanto el silencio, ni siquiera el débil
susurro
de una página volteada
en
un diccionario blanco y sin palabras
para
que el traductor aproveche
antes
de que cualquier palabra
se
vuelva oscura al llegar la noche.
AL
DESTINO
Siempre
fuiste para mí más real que Dios.
Montando
el atrezo de una tragedia,
martilleando
los clavos
con
solo unos pocos amigos invitados a mirar.
Solo
para parecer cercano hiciste coja a una chica guapa
y
arrollaste a un niño con una moto.
Se
me ocurren un montón de ejemplos similares.
Lo
dicho: cómo ambos nos seguimos encontrando.
La
máquina de chicles que predice el futuro en Chinatown
puede
que tenga la respuesta,
una
vieja y chirriante puerta abriéndose en una película de terror,
un
paquete de cartas que olvidé en una playa.
Puedo
sentir cómo te acurrucas a mi lado por la noche,
con
tu aliento caliente –tus manos frías–,
y
yo, como si fuera un piano antiguo colgado
de
una ventana al extremo de una soga.
EL
PAPEL DEL INSOMNIO EN LA HISTORIA
Los
tiranos nunca duermen:
un
apenado, severo
e
imperturbable ojo
observa
la noche.
La
mente es un palacio
de
paredes con espejos.
La
mente es una iglesia en el campo
invadida
de ratones.
Cuando
llega el amanecer
los
santos se arrodillan,
los
tiranos alimentan sus perros
con
pedazos de carne cruda.
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