BIOGRAFÍA DE UN HOMBRE CON MIEDO
Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.
Pero pronto también
le recordaron los deberes de un hombre y
le enseñaron
a rezar, a ahorrar, a trabajar.
Así que pronto fue mi padre un hombre bueno.
(“Un hombre de verdad”, diría mi abuelo).
No obstante
—como un perro que gime, embozalado
y amarrado a su estaca—, el miedo persistía
en el lugar más hondo de mi padre.
De mi padre,
que de niño tuvo los ojos tristes y de viejo
unas manos tan graves y tan limpias
como el silencio de las madrugadas.
Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.
De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre
todo lo que su corazón desorientado
sabía dar. Y entre ello se contaba
el regalo amoroso de su miedo.
Como un hombre de bien mi padre trabajó cada mañana,
sorteó cada noche y cuando pudo
se compró a cuotas la pequeña muerte
que siempre deseó.
La fue pagando rigurosamente,
sin sobresalto alguno, año tras año,
como un hombre de bien, el bueno de mi padre.
ORACIÓN
Para mis días pido,
Señor de los naufragios,
no agua para la sed, sino la sed,
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad.
FOTOS
Al otro lado del teléfono
mi hermana habla de fiordos, de glaciares,
de rías, de bahías,
de “sastrugis”
(que son dunas de
nieve).
No puedes —dice— ni imaginar los matices del blanco,
su belleza.
Y anuncia fotos, muchas fotos.
Yo no la decepciono:
también me agito, muestro mi deseo
de ver a su regreso
lo que no alcanzan a decir sus palabras.
No le digo a mi hermana lo que en su fondo sabe:
que lo que quiere atar allá se queda;
que en su maleta
ya se comienza a derretir la nieve;
que no hay segundos tiempos,
que escribimos historias
con flores disecadas y mariposas muertas
que asfixian con su polen nuestros días.
Le digo en cambio
que aquí estoy, esperando su promesa
LECCIÓN DE SUPERVIVENCIA
Nada hay de bello en el pepino o carajo de mar.
Es, en verdad, un animal sin gracia,
como su nombre.
En el fondo de los grandes océanos,
inmóvil, blando, amorfo,
permanece
condenado a la arena,
y ajeno a la belleza que encima de su cuerpo
despliega el mar.
Se sabe que
cuando el pepino de mar huele la muerte
en el depredador que lo amenaza,
expele
no sólo su intestino
sino el racimo entero de sus vísceras,
que sirven de alimento a su enemigo.
Con un limpio ritual
huye el pepino de aquello que amenaza con dañarlo.
Para sobrevivir queda vacío.
Liviano ya de sí y libre de otros
muda de ser.
Y poco a poco
sus entrañas
se recomponen.
Y vuelve a ser, en letargo de sal,
una entidad en paz que vive a su manera.
De Poesía reunida (Lumen, 2016)
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