domingo, 1 de noviembre de 2020

Tres poemas de Natalia Litvinova

 



Un día no pude

levantarme de la cama.

Esa mañana

una cal extraña

caía sobre el río.

 

Taparon los espejos

y dieron vuelta los retratos.

En una barca me llevaron a ver

a la curandera.

 

Es mal de ojo,

volvé a tu casa,

abrí la almohada

y quemá lo que encuentres.

 

Hallé pelo,

cáscara de huevo

y restos de mi fotografía.

Esparcí las cenizas

en el cruce de los caminos.

 

Los cuatro vientos

extendieron mi maldición

sobre el pueblo.

 

 


 

La abuela intenta

que la punta del hilo

entre en la aguja.

 

Una capa

de piel vieja

la protege.

 

No sangra

cuando se pincha.

 

De noche el cielo

es una fosa

donde brillan

agujas

sin enhebrar.

 

 



Subo al tejado

manchada de fruta,

me acuesto

junto al panal.

 

Las abejas

salen de sus celdas

y me exploran.

 

Sus barrigas

sobre mí

como algodones

de veneno.

 

Desde el tejado

miro a los hombres

decapitar el lino

con la hoz.

Pero la flor se levanta

tras su paso

con su sangre violenta

acunada por el viento.

 

De los tallos jugosos

vuelven a brotar

los pétalos celestes.

La naturaleza no descansa,

trabaja y resucita.




De Cesto de trenzas (Llantén, 2018)

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