Cuando fui a París por primera
vez, lo hice en lugar de regresar a Pomona College para seguir con mis
estudios. Al mirar a mi alrededor, fue la arquitectura gótica lo que me
impresionó más. Y de la gótica, prefería el estilo flamígero del siglo quince.
Dentro de este estilo me llamaban la atención las balaustradas. Las estudié
durante seis semanas en la Biblioteca Mazzarín, llegando todos los días a la
hora en que abrían las puertas y quedándome hasta que cerraban. El profesor Pijoan,
a quien había conocido en Pomona, llegó a París y me preguntó que qué estaba
haciendo. (Estábamos parados en una de las estaciones del ferrocarril.) Se lo
dije. Literalmente me dio una patada en el trasero y me dijo: “Ve mañana con
Goldfinger, arreglaré las cosas para que trabajes con él. Es un arquitecto
moderno.” Después de un mes de trabajar con Goldfinger, midiendo los cuartos
que había que modernizar, contestando el teléfono y dibujando columnas griegas,
oí decir a Goldfinger (a otra persona): “Para ser arquitecto, hay que dedicar
toda la vida a la arquitectura y nada más a la arquitectura.” Entonces me fui,
porque, como le expliqué, había otras cosas que me interesaban, por ejemplo la
música y la pintura. Cinco años más tarde, cuando Schoenberg me preguntó si
dedicaría mi vida a la música, contesté: “Por supuesto.” Después de estudiar
con él durante dos años, Schoenberg dijo: “Para escribir música, tienes que
tener el sentido de la armonía.” Entonces le expliqué que no tenía ningún
sentido de la armonía. Entonces él dijo que siempre encontraría un obstáculo y
que sería como si llegara a una pared a través de la cual no podría pasar. Yo
dije: “En ese caso, dedicaré mi vida a golpear mi cabeza contra esa pared.”
De Del lunes en un año (Alias, 2018)
Traducción de Isabel Fraire
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