martes, 29 de septiembre de 2015

Dos poemas de Louise Glück


LOS LIRIOS BLANCOS

Como un hombre y una mujer construyen
un jardín entre los dos como
un lecho de estrellas, aquí
se demoran en el atardecer estival
y la tarde se enfría
con su terror: todo
podría acabar, la devastación
es posible. Todo, todo
puede perderse, por el aire perfumado
las estrechas columnas
se alzan para nada, y más allá,
un mar revuelto de amapolas—

Silencio, amado. No importa
cuántos veranos tenga que vivir para volver:
en éste entramos en la eternidad.
Sentí que tus manos
me enterraban para liberar mi esplendor.


EL JARDÍN

No podría hacerlo otra vez,
apenas soporto la escena —

en el jardín, en la lluvia leve
la joven pareja siembra
una hilera de habas, como si
nadie antes hubiera hecho algo así,
como si nunca aún se hubieran planteado y resuelto
las grandes dificultades —

No pueden verse
en la fresca suciedad, empezar
sin perspectiva,
con las lomas atrás, color verde pálido, cubiertas de flores —

Ella quiere detenerse;
él quiere llegar hasta el final,
permanecer con la cosa —

Míra cómo ella toca la mejilla de él,
para instaurar una tregua, sus dedos
frescos de lluvia primaveral;
en el fino césped, estallidos de azafranes morados —

aun aquí, incluso al comienzo del amor,
esa mano que abandona un rostro fragua
una imagen de partida

y ellos creen
que pueden ignorar
esta tristeza.


De La pasión del exilio. Diez poetas norteamericanas del siglo XX (Bajo La Luna, 2007)
Traducción de María Negroni

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