miércoles, 22 de septiembre de 2021

Mary Ruefle - Los colores de la tristeza

 


La tristeza azul es más dulce cortada en tiras con tijeras y luego en trocitos con un cuchillo, es la tristeza del ensueño y la nostalgia: puede ser, por ejemplo, el recuerdo de la felicidad que ahora es solo recuerdo, que ha retrocedido hasta un hueco que no se puede desempolvar porque está fuera de tu alcance; inconfundible y polvorienta, la tristeza azul habita en tu incapacidad para desempolvarla, es tan inalcanzable como el cielo, es un hecho que refleja la tristeza de todos los hechos. La tristeza azul es aquello que deseas olvidar, pero no puedes, como cuando de golpe en el autobús uno se imagina con absoluta claridad una bola de polvo en el closet, un pensamiento tan extraño e intransmisible que sonroja, una intensa rosa que se extiende sobre el hecho azul de la tristeza, creando una situación que solo puede compararse con un templo que existe, pero que para visitarlo es necesario viajar tres mil kilómetros en trineo y raquetas de nieve, ochocientos a caballo y otros ochocientos en bote, más mil quinientos en tren.   

 

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La tristeza púrpura es la tristeza de la música clásica y la berenjena, de las campanadas de medianoche, los órganos humanos, los puertos cortados por partes cada año, las palabras con demasiados significados, el incienso, el insomnio y la luna creciente. Es la tristeza del dinero de juguete y de los icebergs vistos desde una canoa. Es posible bailar con la tristeza púrpura, aunque despacio, tan despacio como se cavaría un pozo para un gigante dormido. La tristeza púrpura es penetrante y se adentra más profundamente que los depósitos de níquel más grandes del mundo, o que cualquier otra tristeza sobre la tierra. Es la tristeza de los almacenes y de tacones resonando en un largo pasillo, es el sonido de tu madre cerrando la puerta por la noche, dejándote solo.     

 

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La tristeza gris es la tristeza de los clips y las ligas, de la lluvia y las ardillas y el chicle, de los bálsamos y los ungüentos y los cines. La tristeza gris es la más común de todas las tristezas, es la tristeza de la arena en el desierto y de la arena en la playa, la tristeza de las llaves en el bolsillo, de las latas en un estante, del pelo en un peine, de las tintorerías y de las pasas. La tristeza gris es bella, pero no debe ser confundida con la belleza de la tristeza azul, que es irremplazable. Es triste decirlo, pero la tristeza gris es reemplazable, se puede reemplazar todos los días, es la tristeza de un muñeco de nieve derritiéndose en una tormenta de nieve.

 

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La tristeza verde es la tristeza vestida para graduarse, es la tristeza de junio, de las tostadoras relucientes que salen de sus cajas, de la mesa puesta antes de la fiesta, del aroma de las fresas nuevas y de los asados que gotean a punto de ser devorados; es la tristeza de lo que no se percibe y, por lo tanto, nunca se siente y pocas veces se expresa, salvo algunas veces por bailarinas de polka y niñas que, imitando a sus abuelas, deciden quién se quedará con sus conejos cuando ellas mueran. La tristeza verde pesa menos que un pañuelo sin usar, es el silencio fúnebre de los huesos bajo la alfombra de hierba verde cortada al parejo en la que los novios caminan con alegría.      

 

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La tristeza café es la tristeza común. Es la tristeza de enormes piedras erguidas. Eso es todo. Así de simple. Enormes, erguidas piedras alrededor de otras tristezas, protegiéndolas. Un círculo de enormes, erguidas piedras, ¿quién lo hubiera pensado? 

 

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La tristeza naranja es la tristeza de la ansiedad y la preocupación, es la tristeza de un globo naranja vagando sobre montañas nevadas, la tristeza de las cabras salvajes, la tristeza del cálculo, como cuando uno se preocupa de que otro cargamento de pensamientos esté a punto de entrar en la casa, de que un soufflé o un Cessna caigan el día reservado para no estar triste, es la neblina naranja de un zorro a la distancia, habla el extraño lenguaje astado de fantasmas y baterías muertas, es la tristeza de todas las cosas que se dejan en el horno durante la noche y se olvidan por la mañana, y así la tristeza naranja se pierde dentro de nosotros, igual que su motivo.   

 

De My private property (Wave Books, 2017)                                                                                               Traducción LEG


lunes, 20 de septiembre de 2021

Camila Sosa Villada - Acerca del poema

 

Un poema es un animal muy difícil de cazar. Todo intento de acercamiento solo lo espanta y huye. Se transparenta a voluntad, se diluye y desaparece frente a nuestros ojos. Parece que lo tenemos, pensamos que puede poseerse, pero frente a la posibilidad de escribirlo solo quedan tambaleando unas pocas palabras.

Un día pasé frente a una funeraria y sentí muy cerca la existencia de un poema. Los deudos estaban en la vereda fumando, hablando del clima, de las cuentas por pagar. Algunos tenían en los ojos rastros de haber llorado. Pero se habían organizado fuera del velorio para poder hablar de nada, de lo corriente que es la vida y alejarse del hecho fatal de tener que pensar en la muerte, en todo lo que hay que resolver delante de la muerte. Como no tenía con que escribir en ese momento, escribí una nota en mi teléfono celular.

Esto había funcionado alguna vez en un viaje, frente a la belleza del mar Báltico. Esa vez había anotado las primeras palabras del poema en el teléfono celular, como las guías con lápiz que hacen los pintores sobre la tela para luego comenzar a pintar. Pero esta vez, al volver a casa e intentar escribir a partir de esas palabras, el poema se extinguió. Fue como tirarlo al fuego.

Creía que existía un método para la poesía. Pero lo cierto es que la poesía no admite técnicas ni métodos. Busca el vacío. De esa sensación de impotencia, de invalidez frente a lo absurdo de escribir un poema, extraigo un aprendizaje. No se llega al poema sabiendo algo, se entra en él completamente ignorante y se sale de él más ignorante aún. Y solo contamos con dos apoyos: el de la distancia en el tiempo y la corrección.

Ciertos sucesos, el amor, el sufrimiento, un mal recuerdo, una dicha, hacen que el poema se acerque, que pasee cerca nuestro. Es preciso saber que está cerca, que anda por ahí y esperar el momento oportuno para atraerlo a nuestra trampa. Pero hay un protocolo, algo así como una ceremonia que llama al duende. El rito de abrirse a la ceguera, a la negritud. Estar dispuestos a eso.


De El viaje inútil (DocumentA/Escénicas, 2018).

martes, 14 de septiembre de 2021

Gonçalo M. Tavares - Cinco películas cortas

 

¿QUÉ HABRÁ SUCEDIDO, SEÑOR?

Una estación de servicio, de noche. El empleado tiene un gorro en la cabeza, el cliente tiene un automóvil blanco y está fuera de él, pagando. El coche blanco tiene la puerta del conductor abierta y parece ahora una puerta que invita, que no se cierra porque hay algo de afuera que hace falta: el conductor. Y esa puerta abierta muestra que el conductor se bajó solo por pocos segundos, un minuto a lo sumo, porque va a pagar y enseguida va a volver, va a entrar por la puerta abierta del automóvil, la va a cerrar y regresará a la carretera. Sin embargo, algo va a pasar, algo le va a pasar al conductor, algo que no vamos a ver pero que adivinaremos por los sonidos, algo va a sucederle al conductor porque la puerta del conductor no se quedará abierta solo por pocos segundos, o un minuto, o varios minutos, la puerta se quedará abierta, a la espera, como una persona a la espera, como un perro a la espera del lado de afuera de la puerta de una casa, la puerta del automóvil se quedará así, abierta, a la espera durante una hora, dos, toda la noche se quedará así a la espera de su dueño, de su conductor.

 


EL NÚMERO 76

Una vaca, con el número 76 en la oreja, está muerta, el cuerpo tumbado en la nieve. El frío súbito y excesivo mató varios animales. Decenas, cientos, miles de animales. Pero ningún animal era igual a aquella vaca con el número 76 pintado en un cartelito amarillo prendido a la oreja. Este número, vaya a saber por qué, asusta.

 


EL ALMACÉN

En un almacén, un póster de Marilyn Monroe, en el fondo.

Después vemos el almacén. Alimentos sin acomodar, suciedad en el mostrador y en los estantes.

Después vemos a la pareja que trabaja en el almacén, probablemente sus dueños. Son feos, terriblemente feos.

En el fondo, el póster de Marilyn Monroe.

 


LA MÁSCARA

El hombre con una máscara de perro. A su lado, una bailarina de siete años. La niña muestra sus habilidades.

Estamos en un salón de danza. Vemos el espejo y en el espejo se ve todo el salón. Está vacío. Solo un hombre con la máscara de perro y la niña de siete años que hace los pasos de baile, acompañando, con precisión, la música. Es cada pausa, la máscara de perro aplaude. Debe ser el padre de la niña, pensamos. Es una muestra de la niña y el padre está aplaudiendo, pensamos.

Pero, de todas formas, ¿por qué así?

 


LA FUGA

Alguien huye, corre a gran velocidad y está asustado. Lo vemos por su rostro que seguimos de cerca: las cejas, el sudor; la cara tensa, todo en este plano muestra que estamos frente a una fuga y una persecución. Y lo que nunca vemos —pues el plano es siempre del rostro— es al perseguidor, al hombre que con maldad detrás de ese hombre que huye.

Pero el plano se abre y tenemos una sorpresa: el hombre está corriendo alrededor de una mesa, de una mesa grande, claro, y circular, pero de una mesa.

No está entrenando en alguna modalidad extraña, hasta la extrañeza tiene límites. Y no hay perseguidor porque solo hay una mesa y no hay espacio para nadie más.

Pero lo que importa es que nuevamente vemos, muy cerca, aquel rostro asustado. Y si un rostro está así de asustado es porque tiene sus razones. Y aquel rostro asustado justifica por completo la fuga, aun cuando no haya perseguidor y cuando el hombre corra y huya alrededor de una mesa, todo está justificado. Miramos el rostro asustado y pensamos que sí, es justo, es adecuado, es equilibrado, está bien así. Aquel hombre merece tener miedo y estar asustado.

Si estuvieras, por ejemplo, en la misma situación —corriendo como loco alrededor de una mesa—, ¿no estarías asustado también? Yo sí, digo, respondo que sí, que si corriera de aquella manera, que si tuviera tal miedo corriendo alrededor de una mesa, me daría más miedo y por eso correría más todavía, como un loco, para huir, para que no me alcance.  



De Short Movies (interZona, 2021)                                                                                              Traducción de Julia Tomasini