Con todo lo que sabemos sobre los
abismos oceánicos podemos afirmar, desde un punto de vista puramente lógico,
que lo que hay en la tierra —las montañas, las colinas, los campos, los
desiertos, incluso las ciudades y todo lo que los seres humanos han creado—
cabría con gran holgura en el mar. La altura media en tierra firme es de solo
ochocientos cuarenta metros. Si arrojáramos el Himalaya a la zona más profunda
del océano, solo veríamos un gran chapoteo antes de que toda la cadena
montañosa se hundiera y desapareciera sin dejar rastro.
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Son más las personas que han
viajado al espacio que las que han descendido a las vastas profundidades del
mar. Conocemos mucho mejor la superficie de la Luna, e incluso los lagos secos
de Marte. Si pudiéramos nadar con ese frío y en esa oscuridad, tendríamos la
sensación de estar flotando por el espacio, rodeados de estrellas titilantes y
formas de vida que nadie habría sido capaz de imaginar.
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Ningún pez luce con más
intensidad que el Linophryne arborifera gracias a la larga antena que le sale
del hocico y la especie de arbusto, tan largo como el propio pez, que le cuelga
de la mandíbula inferior. Nos estamos refiriendo aquí a la hembra, porque el
macho no es más que un pequeño parásito que en una fase muy temprana de su vida
se pega con un mordisco al vientre de la hembra. Y así vive hasta el fin de sus
días. Recibe alimento de la sangre de la compañera y él a cambio le proporciona
esperma de una manera regular
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La mayoría de las luces
bioluminiscentes que producen las especies de los abismos son azules, porque
dicho color es el que llega a mayor profundidad.
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El cachalote (Physeter
macrocephalus) no solo es el carnívoro más grande del mundo, también es el más
grande que ha existido en la Tierra. Está por encima incluso del Tyrannosaurus
rex, el megalodón o los cronosaurios. El cachalote es más pesado y más largo.
Nada que haya vivido o viva en la Tierra, incluidas las ballenas más grandes,
puede compararse con él
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La parte frontal de la cabeza del
cachalote alberga el órgano emisor de sonidos más grande del mundo animal.
Puede llegar a pesar diez toneladas. Los clics que produce se han medido en
doscientos treinta decibelios, un volumen comparable a un disparo de escopeta a
diez centímetros de la oreja. El macho emite unos rugidos profundos, mientras
que las hembras «hablan» más deprisa, como en una especie de código morse.
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Todas las ballenas son capaces de
comunicarse entre ellas aun estando a grandes distancias, pero el aumento del
tráfico naval lo hace cada vez más difícil. Sin embargo, este es un problema
menor comparado con el que tiene que lidiar «la ballena más solitaria del
mundo». Por regla general, el rorcual se comunica a una frecuencia de veinte
hercios, y solo oye los sonidos cercanos a esta frecuencia. Pero hace unos
años, unos investigadores de ballenas descubrieron asombrados un rorcual con un
hándicap muy especial: canta a una frecuencia de unos cincuenta y dos hercios,
lo que implica que no puede oírlo otro rorcual y que no puede relacionarse con
sus congéneres. Tal vez las otras ballenas piensen que es mudo, que pertenece a
una especie distinta o que es un tipo asocial. «La ballena más solitaria del
mundo» no se mezcla con nadie. Ni siquiera sigue las rutas migratorias de las
demás ballenas.
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El atún de aleta azul es uno de
los peces más maravillosos del mar. Todo su cuerpo es como un solo músculo fibroso,
y con su cola esbelta en forma de hoz puede alcanzar velocidades que rondan los
sesenta kilómetros por hora. Solo unas pocas especies, como el pez espada, el
marlín, la orca, los delfines y algunas ballenas, son más veloces que él. La
mayoría de los peces son poiquilotermos, lo que significa que cambian de
temperatura corporal según la temperatura del mar. Pero al igual que nosotros,
los humanos, el atún es de sangre caliente y se mantiene en una temperatura
constante.
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El desprecio de los norteños [de Noruega] por la caballa viene de lejos. La gente consideraba que este pez, con
un dibujo dorsal que recuerda al esqueleto humano, se comía los cadáveres de
los ahogados.
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En las islas Orcadas abundan las leyendas sobre los selkies, los «hombres foca», que en el mar pueden nadar como dichos animales y en tierra firme parecen hombres normales y corrientes, excepto porque son increíblemente atractivos, lo que los hace muy peligrosos, sobre todo para las jóvenes. En el norte de Noruega la gente temía al draug, el fantasma del mar, sobre el que se cuentan un montón de historias. Se decía que era el fantasma de un pescador ahogado que te miraba con unos ojos rojos de muerto oculto bajo una vieja capa de cuero. Su cabeza era un racimo de algas y tenía los brazos extraordinariamente largos. Siempre que salía a navegar, en su barco partido por la mitad y con las velas rasgadas, le gustaba hacerlo entre los barcos de los vivos. Si gritaba y formaba alboroto no había que prestarle atención bajo ningún pretexto. El draug presagiaba la muerte a todos los que lo veían, o bien se los llevaba con él al fondo del mar en ese mismo momento. Podía anunciar la muerte incluso sin hacer acto de presencia. Por la noche, mientras el barco estaba amarrado, solo tenía que destrozar los útiles de pesca. Si los remos, por ejemplo, aparecían colocados del revés, quienes se sentaban en la parte delantera de la barca tenían pocas posibilidades de sobrevivir
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En las islas Orcadas abundan las leyendas sobre los selkies, los «hombres foca», que en el mar pueden nadar como dichos animales y en tierra firme parecen hombres normales y corrientes, excepto porque son increíblemente atractivos, lo que los hace muy peligrosos, sobre todo para las jóvenes. En el norte de Noruega la gente temía al draug, el fantasma del mar, sobre el que se cuentan un montón de historias. Se decía que era el fantasma de un pescador ahogado que te miraba con unos ojos rojos de muerto oculto bajo una vieja capa de cuero. Su cabeza era un racimo de algas y tenía los brazos extraordinariamente largos. Siempre que salía a navegar, en su barco partido por la mitad y con las velas rasgadas, le gustaba hacerlo entre los barcos de los vivos. Si gritaba y formaba alboroto no había que prestarle atención bajo ningún pretexto. El draug presagiaba la muerte a todos los que lo veían, o bien se los llevaba con él al fondo del mar en ese mismo momento. Podía anunciar la muerte incluso sin hacer acto de presencia. Por la noche, mientras el barco estaba amarrado, solo tenía que destrozar los útiles de pesca. Si los remos, por ejemplo, aparecían colocados del revés, quienes se sentaban en la parte delantera de la barca tenían pocas posibilidades de sobrevivir
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Se busca: tiburón boreal de
tamaño medio, de tres a cinco metros y de unos seiscientos kilos. Nombre en
latín: Somniosus microcephalus. Hocico corto y redondo, cuerpo con forma
cilíndrica, aletas relativamente pequeñas. Es vivíparo. Vive en el Atlántico
Norte, pero también nada por debajo de la capa flotante de hielo alrededor del
Polo Norte. Prefiere temperaturas cercanas a los cero grados, pero tolera aguas
más cálidas. Es capaz de sumergirse hasta mil doscientos metros e incluso a más
profundidad. Tiene los dientes inferiores pequeños, como los de una sierra, y
los superiores son igual de afilados pero bastante más largos; con ellos
perfora a la presa mientras la mandíbula inferior hace el trabajo de sierra.
Además de los dientes, y al igual que algunos otros tiburones, tiene unos
labios de succión, con los que sujeta a las capturas de cierto tamaño en la
boca mientras las mastica. Y se aparean con violencia. El lado bueno de la
historia es que el tiburón boreal no copula hasta que ronda los cien años.
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La carne del tiburón boreal es
venenosa y huele a orina. Sin embargo, antiguamente, los esquimales alimentaban
a sus perros con ella si no tenían otra opción. Pero los pobres perros se
intoxicaban, parecía que estaban borrachos como una cuba e incluso se quedaban
paralizados durante días. También durante la Primera Guerra Mundial hubo
escasez de alimentos en muchos lugares del norte, y la gente no podía escoger.
La carne de tiburón boreal abundaba, pero si se comía sin congelar, o no se
cocinaba bien, la gente se «emborrachaba de tiburón», porque la carne contiene
óxido de trimetilamina y este afecta al sistema nervioso. Por lo visto, la
embriaguez que produce este veneno es muy parecida a tomar una cantidad ingente
de alcohol. Las personas que se emborrachan de tiburón hablan de un modo
incoherente, ven visiones, se tambalean y enloquecen. Cuando por fin se quedan
dormidas, es casi imposible despertarlas después. Para evitar tales efectos
secundarios, hay que cortar de inmediato la aorta del animal y dejar que este
se desangre. Luego se puede dejar secando o cocerlo en agua, que habrá que
cambiar varias veces. En Islandia, este plato (llamado hákarl) se considera un
manjar, pero siempre y cuando la carne se prepare bien. Para eliminar el
veneno, se debe hervir varias veces, dejar que se seque o incluso enterrarla
para que fermente.
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La familia Stevenson fue la única
responsable de la construcción de los noventa y siete faros que se instalaron a
lo largo de la costa escocesa entre 1790 y 1940. Por eso, en vista de la
tradición familiar, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro, Dr.
Jekyll y Mr. Hyde y otros clásicos, parecía estar destinado a ser ingeniero de
faros. Sin embargo, el escritor, rico y de renombre universal, se convirtió en
la oveja negra de la familia, ya que al contrario de todos los hombres de su
estirpe, como su abuelo paterno, su padre, su tío y su hermano, ni planificó,
ni diseñó, ni construyó ninguno.
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De la misma manera que la mayoría
de los animales de la tierra se alimentan de hierba y plantas, la mayoría de
los animales que viven en el mar se alimentan de plancton. Este hace lo mismo
que las plantas en la tierra: absorbe cantidades enormes de carbono y produce
oxígeno por fotosíntesis. Hay una clase especial de alga de color verde azulado
que es tan productiva y numerosa que los científicos calculan que ella sola
genera el veinte por ciento del oxígeno de la tierra. La ciencia ni siquiera
conoció de su existencia hasta la década de los noventa. Y eso que el plancton
contribuye en gran medida a hacer habitable nuestro planeta. Estamos en deuda
infinita con algo que no podemos ver, algo de lo que la mayoría de la gente no
sabe gran cosa. El plancton puede adquirir las formas más extrañas. Cuando se
le toman fotos con microscopios electrónicos, a uno le resulta difícil dar
crédito a lo que ve. Sus organismos parecen cristales de nieve, módulos
lunares, tubos de órgano, torres Eiffel, estatuas de la Libertad, satélites de
comunicación, fuegos artificiales, imágenes caleidoscópicas, cepillos de
dientes, cestas de la compra vacías, gofreras abiertas, copas de vino con un
cubito de hielo flotando dentro, copas de champán forradas de piel de leopardo,
urnas griegas, esculturas etruscas, portabicicletas, salabardos, piezas de
máquinas, plumas, flores, bolas pegajosas con manzanas dentro, manos libres
para teléfonos móviles, lámparas de disco, campanas transparentes a punto de
derretirse, alfombras persas voladoras, dientes de león, redes de pesca,
sombreros de copa, aspiradoras, embriones, navajas de afeitar, úteros, órganos
sexuales cubiertos de pinchos, espermatozoides, cerebros y estilográficas. El
plancton puede tener la forma de casi todo lo que hay en el mundo, además de
tantas otras desconocidas que se podría construir uno nuevo.
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Unos investigadores británicos que
han estudiado fósiles del período devoniano (hace unos cuatrocientos millones
de años), cuando las primeras criaturas marinas reptaron hasta la tierra, han
hecho un descubrimiento asombroso. Las mandíbulas y los dientes de los primeros
animales terrestres estaban desarrollados para desgarrar carne, no para
masticar plantas. Tenían los ojos colocados en la parte superior de la cabeza y
carecían de cuello. Esto significa que los primeros animales de la Tierra eran
carnívoros, tenían cabeza de pez y usaban los dientes para devorarse entre
ellos. Los cabeza de pez gobernaron el planeta durante ochenta millones de
años. Resulta difícil quitarse esta imagen de la mente cuando la has
visualizado.
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El mar es de muchos colores, pero
¿cómo suena? ¿Como las olas que acarician una playa o se abaten contra los
acantilados? ¿Como cuando las rocas de la costa son azotadas por las
inclemencias del tiempo? Pues sí, así suena desde la tierra. Pero bajo el agua
todo se percibe de una manera distinta. Allí el mar tiene su propio sonido, un
zumbido profundo que procede de él mismo. El jadeo de Behemot en celo. Durante
décadas, gente de todo el mundo ha debatido sobre ese sonido, que solo algunos
son capaces de oír. Ha sido descrito como el sonido de un coche diésel en la
lejanía, vibrante y de baja frecuencia. Algunos, entre ellos los galeses, tan
sensibles, han sostenido que ese sonido a veces provoca sangrado de nariz,
dolor de cabeza e insomnio. Otros han intentado explicar el fenómeno con todo
tipo de teorías, desde postes de teléfono, cables submarinos, equipamiento de
comunicación, acúfenos, peces copulando y ovnis. Hay tanta gente lúcida que
asegura haberlo oído que se decidió investigarlo. Y algunos investigadores
franceses del Centre National de la Recherche Scientifique aseguran haber
encontrado la respuesta. Las olas de muy baja frecuencia generan una actividad
microsísmica en el fondo del mar. En cambio, bajo determinadas condiciones, las
olas grandes y pesadas pueden hacer vibrar la tierra, y estas vibraciones crean
unas ondas sonoras profundas que algunos seres humanos son capaces de oír con
toda claridad
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Las avispas son mucho más
peligrosas para los seres humanos que los tiburones. En total, en todo el
planeta, estos matan entre diez y veinte personas al año. En el mismo espacio
de tiempo nosotros acabamos con alrededor de setenta y tres millones de
tiburones, y a pesar de eso lo consideramos un depredador peligroso.
De El libro del mar (Salamandra, 2018)
Traducción de Kirsti
Baggethun & Asunción Lorenzo
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