En 1949 publiqué mi primer
poemario, Un poco encima del suelo, que
es un libro todavía inmaduro y que luego dejé de lado, aunque es evidente que
mis preocupaciones personales, mis indagaciones más íntimas, ya estaban
presentes. Tenía diecinueve años, era muy joven, todavía no conocía la poesía
moderna brasileña: Drummond de Andrade, Manuel Bandeira, Murilo Mendes. Cuando
los descubrí, por primera vez, en 1950, recibí un choque tremendo. Yo vivía inmerso
en la poesía parnasiana, una poesía rimada y muy construida. Medio en broma
medio enserio siempre he dicho que en ese periodo de mi vida hablaba en
endecasílabos. Y es cierto que, por
momentos, alguna frase me salía rimada como los versos de los poetas
parnasianos que leía constantemente. Pero cuando descubro a Drummond y a la
poesía moderna, me encuentro con versos que me parecían completamente absurdos y
hasta feos. Ahí estaba ese poema que dice: "Me pongo a escribir tu nombre con
letras de macarrón. En el plato, la sopa enfría, llena de escamas". Aquello me
parecía de muy mal gusto… ¿Sopa? La poesía no puede hablar de sopa, me decía.
Fue un choque, porque mi visión de la poesía era la de un universo idealizado
completamente ajeno a lo cotidiano. La poesía era otra cosa. Transformar en
poesía la realidad banal y cotidiana, eso es lo moderno, y lo aprendo cuando
descubro a Drummond.
No seré el poeta de un mundo caduco.
Tampoco cantaré el mundo futuro.
[…]
El tiempo es mi materia, el tiempo presente, los hombres presentes,
la vida presente.
Aquello me sorprendió
desagradablemente, sin duda, pero me impactó de tal manera que quise
comprender, y por eso me puse a leerlos y a hacer mis propios ejercicios
literarios. Inmediatamente, no pasó mucho tiempo, percibí el camino que debía
seguir. De pronto me di cuenta de que la poesía que había estado haciendo era
bonita, pero pertenecía al pasado. A los poetas muertos.
Fragmento tomado de Ferreira Gullar en conversación con Ariel Jiménez (Fundación Cisneros, 2012)
Traducción de Ariel Jiménez
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