EMILY DICKINSON :
CAJAS CHINAS Y TEATROS DE TÍTERES
La conciencia es la única casa de la que sabemos…
Dickinson
Dos imágenes me vienen a la cabeza cuando pienso en los
poemas de Emily Dickinson: cajas chinas y teatros de títeres. La imagen de
cajas dentro de otras cajas tiene que ver con la cosmología, y los teatros y
los títeres con la psicología. Unas y otros están, por supuesto, íntimamente
relacionados.
La íntima
inmensidad de la conciencia es la preocupación constante de Dickinson. La
imagino sentada en su cuarto durante interminables horas, con los ojos
cerrados, mirando en su interior. El hecho mismo de estar consciente ya es
estar dividido, ser múltiple. Hay tantos otros yo dentro de mí. El mundo entero
viene a visitarnos a nuestra recámara interna. Visiones y misterios y
pensamientos secretos. “Qué extraño es todo” debe haberse dicho Dickinson.
Todo
universo está contenido dentro de otro universo. Ella abre cajas, cajas de
Pandora. En una encuentra el terror; el sobrecogimiento y el éxtasis en la
siguiente. No puede apartarse de las cajas. Su imaginación y su amor por la
verdad conspiran contra ella. Hay tantas cajas. De vez en cuando debe haber
creído que ya había llegado a la última caja, pero al mirarla con atención ésta
revelaba que todavía contenía una caja más. Las apariencias engañan. Ésa es la
lección. Ella era víctima de un truco como los somos todos los que deseamos
llegar a la verdad de las cosas.
“Cómo es
arriba, es abajo” afirmaba Hermes Trismegisto. Emerson pensaba lo mismo. Creía que
la lucidez y el incremento de nuestra comprensión serían consecuencia de esa
ley fundamental de nuestro ser. La experiencia del yo que Dickinson tenía era
muy distinta. Para ella el yo era el punto de encuentro con paradojas,
oximorones e infinitas ambigüedades. Y a todos les daba la bienvenida de la
misma manera en que Emerson acogía sus certezas. “Lo imposible, al igual que el
vino, estimula”, nos dice ella.
¿Creía ella
en Dios? Sí y no.
¿Quizás Dios es el ingenio creador de
todas estas cajas que caben una dentro de otra? Es más probable que Dios sea
sólo otra caja. Ni la más pequeña ni la más grande imaginable. Hay cajas de las
que ni siquiera Dios sabe nada.
En cada
caja hay un teatro. En él vemos todas las siluetas que el yo y el Mundo y el
Universo infinito proyectan. Hay una obra que se encuentra en plena
representación, quizá siempre es la misma obra. Sólo la escenografía y el
vestuario difieren en cada caja. Los títeres representan las Grandes Preguntas
—o tal vez Dickinson les permitía representarse a sí mismos. Se sentaba a
contemplarlos, hechizada.
Algunos
teatros tienen un decorado cristiano. En ellos está Dios y su hijo. Está la Inmortalidad y la
serpiente en el Paraíso. El cielo es como un circo en uno de sus poemas. Cuando
la carpa desaparece, lo que queda son kilómetros y kilómetros de vacío.
Mientras tanto, la pasión y el martirologio de Emily Dickinson continúan
representándose bajo la carpa y bajo el cielo abierto. En lo que a mí toca, no
cabe duda que entre estos títeres ha tenido lugar un sufrimiento real.
En otros
teatros la escenografía podría haber sido pintada por de Chirico. En ellos
vemos una obra de sustantivos abstractos escritos con mayúscula y
personificados contra un paisaje metafísico de líneas rectas y puntos de fuga.
Cifras y Álgebras pasan a los largo de “kilómetros y kilómetros de nada”
mientras conversan. “La verdad es calva y helada”, dice ella. La Verdad es un maniquí
espeluznante, como también lo sospechaba Sylvia Plath. Este es el teatro del
terror metafísico.
La muerta está en todas las obras y también lo está esta
mujer. La muerte es una especie de maestro de ceremonias que abre cajas
mientras oculta otras en sus bolsillos. El yo está dividido. Dickinson se
encuentra tanto en el escenario como entre el público, mirándose a sí misma.
“La batalla librada entre el Alma y Ningún Hombre” es lo que todos miramos.
Que ella
logre que todo esto ocurra dentro de la breve extensión de un poema lírico es
asombroso. En Dickinson encontramos un tipo de poema lírico que edifica y
desmantela cosmologías. Ella sabía que tanto el poema como nuestra conciencia
son un teatro. O, mejor dicho, muchos teatros.
“Quién,
salvo yo, sabe quién es Ariadna”, escribió Nietzsche. Emily lo sabía mucho
mejor que él.
De El flautista en el pozo (Cal y Arena, 2011)
Traducción de Rafael Vargas
De El flautista en el pozo (Cal y Arena, 2011)
Traducción de Rafael Vargas
No hay comentarios:
Publicar un comentario