(octubre 77)
martes, 19 de marzo de 2024
Paulo Leminski - Carta a Régis Bonvicino
martes, 13 de febrero de 2024
Victoria Chang - Obituarios
Mi madre murió, sin paz, el 3 de
agosto de 2015 de fibrosis pulmonar, en su habitación de la casa de reposo
Aldea Walnut en Anaheim, California. La habitación nació el 3 de julio de 2012.
La Aldea no era realmente una aldea. No había nogales. Solo flores cortadas.
Algunos días antes, el enfermero del hospicio deslizó silenciosamente el
estetoscopio sobre los pulmones de mi madre y esperó que se inflaran. La forma
en que la espera se transforma en una herida. La forma en que el enfermero inhaló,
cerró sus ojos, exhaló y dijo lo siento. ¿Acaso la sangre se me subió a la cara
o a las puntas de mis dedos? ¿Volvió a abrir sus ojos antes o después de decir
lo siento? La forma en que la memoria es el zumbido después de un disparo. La
forma en que tratamos de recordar el disparo pero no podemos. La forma en que
la memoria se levanta y empieza a caminar luego de que alguien muere.
Los dientes de mi madre murieron
dos veces, una en 1965, todos arrancados debido a una periodontitis. Otra vez
el 3 de agosto de 2015. Los dientes postizos se encuentran en una caja en el
garaje. Cuando murió, los toqué, los olí, creí oír un gemido. Me metí los
dientes en la boca. Pero tener dos dentaduras solo me causó más hambre. Cuando
murió mi madre, me vi a mí misma en el espejo, sus palabras en mi boca como el
azúcar flor de una rosquilla. Sus últimas palabras fueron en inglés. Ella pidió
un Sprite. Me pregunto si su último pensamiento fue en chino. Me pregunto cuál
fue su ultimo pensamiento. Solía pensar que las palabras de una persona muerta
mueren con ella. Ahora sé que se dispersan, buscando un significado al que
adherirse como un aroma. Mi madre solía recolectar flores de azahar en un tazón
pequeño y chato. Paso junto al árbol cada primavera. Siempre supe que el duelo
era algo que se podía oler. Pero no sabía que en realidad no es un sustantivo,
sino un verbo. Y que se mueve.
La privacidad murió el 4 de diciembre
de 2015. Mi hija llevó un globo que decía Mejórate pronto al cementerio. En
esta ocasión Peter Manning yace junto a mi madre. Un extraño tan cerca de ella.
Antes de que esta otra lápida apareciera, la lápida de mi madre todavía era mi
madre debido a la ausencia a su alrededor. La aparición de la nueva lápida y la
semejanza con su lápida sugería que mi madre también era una lápida, que mi
madre estaba enterrada bajo una lápida también. El día del entierro, contraté a
un sacerdote chino. No puede entender la mayoría de sus palaras porque no eran
sobre comida. Los hombres que habían cavado la tumba estaban parados esperando
con sus palas. Los miré a los ojos buscando algún signo de ahogo. Entonces me
di cuenta de que el cuerpo de uno de ellos no tenía sombra. Y cuando se alejó
caminando, el pasto no se aplastó. Su pala estaba limpia. Súbitamente reconocí
a este hombre como el amor.
La música murió el 7 de agosto de
2015. Hice un video con fotos antiguas y música para el funeral. Elegí “Aleluya”
a capella. Porque en realidad no estaban cantando, sino llorando. Cuando mis
hijas entraron a la habitación, fingí que estaba escribiendo. Al contrario,
miraba las fotos antiguas de mi madre. Los patrones de tela en todas sus
blusas. La manera en que mantenía las manos juntas delante de su cuerpo. En
cada foto, la pequeña cartera marrón que ahora se encuentra debajo de mi
escritorio. En el funeral, mi cuñado bajaba el volumen de la música. Cuando no
estaba mirando, yo subía el volumen. Porque quería que esta gente sintiera lo
que yo sentía. Cuando yo no estaba mirando, volvió a bajarlo. Al final del día,
alguien se llevó el equipo y los parlantes. Pero la música seguía ahí. Esta fue
mi primera percepción del duelo.
La memoria murió el 3 de agosto
de 2015. La muerte no fue repentina, sino lenta durante una década. Me pregunto
si, cuando la gente muere, escucha una campana. O si saborean algo dulce, o si
sienten que un cuchillo los corta por la mitad, arrastrándose a través de la
carne como una torta. La cuidadora que presenció la muerte de mi madre renunció.
Ella posee la memoria y las imágenes y ahora se han ido. Por el resto de su
vida, los recuerdos serán suyos. Dijo que mi madre no podía respirar y luego
tuvo su último aliento veinte segundos después. La forma en que me he imaginado
un beso con muchos hombres a los que nunca he besado. Mi recuerdo de la muerte
de mi madre no puede ser un recuerdo sino una imaginación, cada vez que sopla
el viento, las hojas se despliegan de manera ligeramente distinta.
De Obit (Universidad Austral de Chile, 2023) Traducción de Carlos Soto Román
domingo, 11 de febrero de 2024
Sophie Calle - Historias reales
LOS ZAPATOS ROJOS
Amelie y yo teníamos once años. Y el hábito de
robar en tiendas departamentales los jueves por la tarde. Lo hicimos por un
año. Cuando su madre comenzó a sospechar nos dijo, para asustarnos, que un
policía nos había descubierto y acusado, pero por ser tan chicas, nos había
dado otra oportunidad. Iba a seguirnos, y si dejábamos de robar, se olvidaría
del asunto. Durante las siguientes semanas pasamos la mayoría del tiempo
preguntándonos quién era el policía oculto entre las personas que nos rodeaban.
Nos concentramos tanto en despistarlo que dejamos de robar. Nuestro último golpe
fue un par de zapatos rojos demasiado grandes. Amelie se quedó el derecho y yo
el izquierdo.
LA CIRUGÍA PLÁSTICA
Cuando tenía catorce mis abuelos sugirieron que
necesitaba cirugía plástica. Hicieron una cita con un famoso cirujano y se
decidió que mi nariz tenía que ser enderezada, que una cicatriz de mi pierna
izquierda tenía que ser cubierta con un pedazo de piel de mi culo y que mis
orejas tenían que ser restiradas. Tenía dudas, pero me tranquilizaron
diciéndome que podía cambiar de opinión hasta el último momento. Aunque, al
final, fue el mismo Doctor F. quien puso fin a mi dilema. Dos días antes de la
operación, se suicidó.
LOS GATOS
Tuve tres gatos. Félix murió al quedarse encerrado por accidente en el refrigerador. A Zoe se me la quitaron cuando nació mi hermano menor, al que odié desde ese momento. A Nina la estranguló un hombre celoso que me dio, un poco antes, este ultimátum: al dormir, el gato o él. Opté por el gato.
LA CAMA
Era mi cama. Dormí en ella hasta los diecisiete.
Luego mi madre la puso en un cuarto que rentaba. El 7 de octubre de 1979 el
inquilino se acostó y se prendió fuego. Murió. Los bomberos tiraron la cama por
la ventana. Estuvo ahí, en el patio del edificio, por nueve días.
LA CORBATA
Lo vi por primera vez en 1985, en una charla que
dio. Me pareció atractivo, pero una cosa me molestó: llevaba puesta una corbata
fea. Al día siguiente le hice llegar, de forma anónima, una delgada corbata
café. Luego, lo vi usarla en un restaurante. Por desgracia, no combinaba con su
camisa. Entonces, me di a la tarea de vestirlo de pies a cabeza: le enviaría
una prenda cada año en navidad. En 1986, recibió un par de calcetines grises de
seda; en 1987, un suéter negro de alpaca; en 1988, una camisa blanca; en 1989,
un par de gemelos de chapa de oro; en 1990, un par de boxers con un patrón
navideño; nada en 1991; y en 1992, un par de calzones grises. Algún día, cuando
esté completamente vestido por mí, me gustaría presentarme.
El EXAMEN MÉDICO
Me hicieron un examen médico. Tuve que llenar un
cuestionario de 6 páginas con casi 300 preguntas. En todas, salvo en una,
respondí NO. ¿Ha contraído rubeola, viruela, cólera, varicela, tétanos,
tuberculosis, fiebre amarilla, escarlatina o tifoidea? ¿Ha padecido soplos
cardiacos, colesterol alto, hipertensión, diabetes? ¿Es propensa al vértigo? ¿Tiene
dolores de cabeza, de estómago, palpitaciones, náuseas, niños, alergias,
embolias, piedras en los riñones, mareos, ataques epilépticos, dolores de
espalda, desórdenes gastrointestinales, encías inflamadas, problemas de
audición, visión borrosa? Y de repente, de la nada, perdida en ese mar de
preguntas, esta: “¿Se siente triste?”.
QUIÉN ERES
Eliminar contacto. Difícil.
Cuando
murió mi padre, no borré su número de mi teléfono.
Ayer
le marqué por error y colgué al instante.
Unos
minutos después, su nombre y su foto aparecieron en la pantalla.
Bob me había enviado un mensaje.
LA VISTA DE MI VIDA
La ventana de mi cuarto da hacia un pastizal. En
el pastizal hay toros, y en los toros, pájaros garrapateros. A la izquierda,
las ramas de un sauce llorón. Hileras de fresnos y tamariscos a lo lejos. Hay
garcetas y, ocasionalmente, una cigüeña. Nada destacable y, sin embargo, la
pradera brilla. Ni siquiera podría calcular las horas que me he pasado
mirándola, a través del mosquitero. Esta pradera, enmarcada por la ventana, es
la imagen que mis ojos han fotografiado más que ninguna otra. Es la vista de mi
vida.
¡EN VERDAD LOS ENGAÑASTE!
Una vez tuve una expo en el Museo de Arte Moderno
de Nueva York. Mi madre estuvo en la inauguración. Se quedó atónita al ver mis
piezas colgadas entre todos los Hoppers y Magrittes. Sin una pizca de malicia,
gritó: ¡En verdad los engañaste!
OBITUARIO
Monique quiso ver el mar una última vez. El jueves
31 de enero fuimos a Cabourg. El último viaje. Al día siguiente, “para que mis
pies luzcan lindos allá”: el último pedicure. Leyó Ravel, de Jean Echenoz. El
último libro. Un hombre al que admiró por mucho tiempo, pero que no conocía, la
visitó en su cama. La última vez haciendo amigos. Organizó el funeral: su
última fiesta. Los preparativos finales: eligió su vestido —azul marino con estampado
blanco—, una fotografía suya haciendo gestos para la lápida y su epitafio: ¡Ya me estoy aburriendo! Escribió un
último poema, para su entierro. Eligió el cementerio de Montparnasse como su domicilio
final. No quería morirse. Dijo que era la primera vez en su vida en que no le
habría molestado esperar. Derramó sus últimas lágrimas. Los días antes de su
muerte se mantuvo repitiendo: “Es extraño. Es tan estúpido”. Escuchó el
“Concierto para clarinete en La mayor, K. 622”. Por última vez. Su último
deseo: irse con la música de Mozart en los oídos. Su última petición: no se
preocupen. “Ne vous faites pas de souci[1]”.
Souci fue su última palabra. El 15 de
marzo de 2006, a las 3 p. m., su última sonrisa. Su último aliento, en algún
momento entre las 3:02 y las 3:13. Fue imposible de capturar.
HOY MURIÓ MI MADRE
Un
27 de diciembre de 1986, mi madre escribió en su diario: “Mi madre murió hoy”.
A
su vez, un 15 de marzo de 2006, escribí en el mío: “Mi madre murió hoy”.
Nadie
escribirá eso de mí.
Fin.
LA JIRAFA
Cuando
mi madre murió compré una jirafa disecada. Le puse su nombre y la colgué en mi
estudio. Mónica me mira con tristeza e ironía.
jueves, 4 de enero de 2024
Sarah Manguso - Algunos argumentos
En tercero de secundaria tenía mucho miedo de hablar con el muchacho al que amaba, así que le envié un corazón de papel negro cada semana, durante un año. No tenía miedo de él, tenía miedo de mi sentimiento. Era más poderoso que Dios. Si alguna vez hubiéramos hablado pude haber quemado el lugar por completo.
Nunca he visto un fantasma y no creo en ellos. Podría ver uno esta noche
e incluso así no creería en fantasmas. Creería en ese fantasma.
La oscuridad lo posee todo, pero nuestro sol sale tan a menudo que
pensamos que el universo es mitad oscuridad y mitad luz.
Escribo en defensa de las creencias que, me temo, parecen menos
defendibles. Todo lo demás se siente como tarea.
Una de las ideas que menos me gustan acerca de la escritura es que debemos
encontrar la voz propia como si estuviera dentro de nosotros, lista para ser
encendida como una pianola. Al igual que el carácter, su existencia depende de la
interacción con el mundo.
Cuando ya no esperé superar mis miedos, dejaron de ser una carga. La
esperanza es la que hizo de ellos una carga.
Llamarle fragmento a un pedazo de texto, o decir que está hecho de
fragmentos, es decir que él o sus componentes alguna vez estuvieron completos,
pero dejaron de estarlo.
Una mujer comienza el rumor de que me acosté con un hombre en la cama de
otra mujer. Quince años después la busco en internet y me encuentro tres mug shots. En la primera es la linda
pelirroja que recuerdo de la universidad (tal vez con un par de grietas en el
esmalte), pero en la última está gorda, arruinada. Todavía no la perdono. La
compadezco, pero no la perdono solo por ser lastimera. Odiarla es un acto de
respeto.
He escrito libros enteros con tal de evitar escribir otros libros.
Uno debe ser capaz de empatizar con un suicida, pero sin convertirse en
uno.
Es preferible imaginar que los demás te odian a aceptar la propia
insignificancia.
Hubo personas a las que deseaba tanto antes de tenerlas que la completa
experiencia de tenerlas fue dolor por mi vieja hambre.
Nos escondemos a plena vista, en nuestros cuerpos.
Las madres deben haberles cantado a sus bebés incluso antes de que
existiera la música como tal. Me pregunto qué pensaron de eso, cómo lo
entendieron. Ese canto.
Nada me parece más aburrido que la enésima reiteración de que el lenguaje
no es suficiente para describir los matices del mundo. Por supuesto que el
lenguaje no es suficiente. Aceptar eso es el punto de partida para aprovechar
sus capacidades. Para incrementarlas.
Un amigo siempre da el mismo consuelo a quienes tienen miedo de publicar
algún texto potencialmente vergonzoso. No
te preocupes, susurra beatíficamente, nadie
lo va a leer.
Me gusta la escritura irresumible, un núcleo que no puede ser condensado,
que debe enunciarse exactamente como es.
Conservo tres tipos de libros: los que quiero leer, los que quiero releer
y los que quiero abrir otra vez solo para comprobar lo malos que son.
La muerte revela lo que, de otra manera, habrías terminado. También lo
que nunca habrías acabado. Encontré las notas de un libro en el que una mujer
había estado trabajando por treinta años: dieciséis páginas.
Cada dos o tres años decido escribir algo solo por dinero y trabajo en
eso por un buen tiempo. Luego envuelvo su cadáver en plástico, lo sello en un
contenedor y lo escondo debajo de la casa.
Más mala escritura de la vida real: intenté cruzarme con alguien cada día
durante cuatro meses hasta que me di por vencida. Cuatro días después me lo
encontré sin proponérmelo. Cuatro horas más tarde me lo encontré de nuevo,
fuimos a cenar y compartimos un pedazo de pay.
En el largo momento después de haber completado un proyecto, a la deriva
en un océano sin viento, vuelvo a la idea de cierto libro imaginario que nunca
escribiré, una meta que jamás voy a alcanzar. Tan pronto como encuentro un
proyecto nuevo, empujo el libro imaginario lejos de mí, más allá del horizonte,
donde me esperará hasta la próxima vez que lo necesite.
En realidad hay dos clases de personas: tú y todos los demás.
Los malos libros se venden; la gente tiene mal gusto. Los malos libros no
se venden; la gente prefiere los grandes libros. Los grandes libros se venden;
después de todo, son grandiosos. Los grandes libros no se venden; son demasiado
grandiosos para ser entendidos. Los grandes libros se venden solo tras la
muerte de sus autores. Estamos cómodos con todos esos clichés, aunque no puedan
coexistir lógicamente.
Respeto a quien tuvo un solo éxito no por su éxito, sino por todos los
días que debe haber sufrido intentando otro.
El problema de establecer metas es que trabajas constantemente para
alcanzar lo que solías querer.
La felicidad comienza a deteriorarse una vez que la nombras.
Aquellos que reciben elogios por cualquier acto quedan lisiados por la
adoración. Crecen atrofiados, marchitos, pierden el impulso para continuar. El
elogio puede matar.
Solía perseguir las cosas que se acostumbran —sexo, drogas, barrios
bravos— para disfrutar de la sensación de desperdiciar mi vida, de coquetear
con el peligro. La maternidad finalmente sació ese apetito. Es una
autodestrucción que jamás se detiene y de la que nadie se da cuenta.
Luego de convertirme en madre me siento, al mismo tiempo, más y menos
sola. Me siento menos sola cuando considero a los otros anónimos, los miles de
millones de desconocidos que han compartido esta soledad particular.
En lugar de patologizar cada singularidad humana, deberíamos decir: Por la gracia de dicho comportamiento, este
individuo ha podido continuar.
De 300 arguments (Graywolf Press, 2017)