martes, 18 de noviembre de 2025

Tres poemas de Nathalie Schmid

 


FINALMENTE

 

Es la hora al concluir la tarde cuando es

tiempo de observar la luz en su caída a través

del nogal y del gingko hasta el césped. Los mosquitos fulguran

cual barquitos plateados que bogan sin rumbo

por el aire. Cuando las dalias arden en su color.

Pequeñas peras duras caen al suelo. Sería posible sentarse

A la ventana. Sería posible posar la barbilla en la mano y

por un momento cerrar los ojos para conservarlo todo.

Se podría expandir el entendimiento el ánimo la intención.

Sería posible dejarse llevar como lo hacen los mosquitos

hasta que se esfuman chispas traslúcidas en el aire.

Sería posible escuchar la calma silenciosa y su razón. Una

sola vez y muy breve. Finalmente cae la luz a través

del nogal y del gingko hasta el césped sin la menor idea

y sin la mínima intención.

 


 

 TRÉBOL DORADO

 

Mientras tú con las piernas plantadas te esfuerzas

por sacar de la tierra la raíz pivotante

hablamos de la familia. La mala hierba

es también solamente un asunto de amor

afirmas y sonríes. Pienso en el trébol dorado

que antaño reuníamos en pequeños manojos

para mi madre. Creíamos que esa era

su flor favorita pero era tan solo una hierba brillante

que crece a orillas de la calle. En la palma de tu mano

sostienes una oruga sus púas pequeñitas

se erizan al cielo en el aire. Vanesa de los cardos

dices tú, mariposa que vuela grandes distancias. Para su

migración de Escandinavia al África Occidental

requieren de cuatro generaciones. Te limpio la

tierra del rostro.  Poseen una

memoria generacional. Pienso en los

fantasmas bajo nuestras camas

cuando intentábamos quedar dormidos

mano con mano antes que las falenas

llegaran a casa y se doblaran sobre nosotros

con su aliento de vino aún extasiado

por la noche. Las raíces pivotantes no

se mueven. Me haces ver que el tejido de raíces

no se extiende a lo ancho sólo a lo profundo

se hunde estrato por estrato. Describe

el mundo como lo veías de niño

agáchate lo más que puedas.

 

 


LA ÚLTIMA PALABRA

 

en muy poco tiempo ya no habrá petróleo

los cuerpos de agua alcanzarán el faro

para luego cubrirlo

barquitos de papel varados en el fango

colonias custodiadas militarmente

a través de un paisaje en vías de disolverse

no más vacas que pasten no más columpios

ni cuerpos que se tiendan en el campo nuevamente

podríamos optar por los motores eléctricos

también olvidamos la opción de los donativos

lavamos la vajilla quizá

por un momento pensamos

cómo es que será

cuando todo colapse

las caricias de nuestras manos

el cimiento material de nuestra dicha

cómo será

si las órbitas si el grito

de los milanos encima del campo

encima de nuestras cabezas se extingue y

ya no escuchamos más y

uno se pregunte qué ha sido

cuál habrá sido la última palabra



De Una forma distinta de ternura (Cuadrivio, 2024)                                                        Traducción de Daniel Bencomo 

domingo, 9 de noviembre de 2025

Tres poemas de Leila Chatti

 


CONFESIÓN

 

Desearía haber muerto antes de pasar por esto

                y haber sido completamente olvidada.

—María dando a luz, el Sagrado Corán

 

Para ser honesta, María me cae un poco mejor

cuando la imagino así: en cuclillas,

insultando, un niño Dios empujándole

el útero (me gusta recordad

que tenía útero, un cuerpo común

y parecido al mío), sudor de chica qque dibuja

ríos como venas en la arena,

manos pequeñas sobre rodillas,

no eran palomas, sino manos, aferradas,

una palmera presiona su columna,

las hojas susurran como voyeurs

(ay, María, como un Dios, a mí también

me complace saber que no eras tan

santa, que el dolor podía deshacerte

como a un nudo) y, sufriendo,

admiro a esta chica a la que,

por un instante, no le importó Dios

ni Sus planes, sino su propia

e inconfundible vida, esta María más feroz

capaz de desaparecer para salvarse,

capaz de gritar a la mierda  

con la salvación si implica este dolor,

la adolescente bendita que se agachó

indignada en un desierto mientras daba a luz a Su hijo

como un secreto que ella nunca quiso escuchar.

 


SARCOMA

 

Cuando el médico dice la palabra sarcoma, pienso que podría ser un lindo nombre para una hija, con esa a buena y femenina, como los padres que les ponen a sus hijos nombres bizarros, manzanas, por ejemplo, o el lugar donde los concibieron, y paso los dedos por el montículo de mi vientre, la carne distendida debajo del tejido azul que uso como vestido, un vestido de luto ideal, descartable, y él habla sobre mi expectativa de vida, algo tan simple que creía que nada me lo podría sacar, y mientras me explica pongo las manos a los costados del centro de mi cuerpo, como si consolara a una nena o le tapara las orejas.

 


MIOMECTOMÍA

 

En el centro de la habitación

oscura, una aureola: ahí

con muñecas pinchadas

por vías intravenosas, envuelto en una bata

salvo por la cintura, mi cuerpo

yacía en reposo y sangraba

a la inversa de un niño-Dios

mi cuerpo quedó abierto

como una ventana.

Entraron innominados

médicos, manos azules

como el cielo que se escurre por ese óculo

buscando lo que se había enraizado

 

parecía una granada

vista de cerca, esfera

con hoyuelos acunada entre las manos, fruta

de los muertos (pero no estaba

muerta, yo tampoco, seguía

viva, esa cosa bermellón claro

era la prueba), y por eso, igual a mí

me abrieron el vientre

justo a la mitad, una herida

precisa. Y desde abajo

emergió el tumor, ávido, como a punto

de nacer: una criatura pelada sin padre

ni futuro. Salvador de nadie.

 


De Diluvio (Zindo & Gafuri, 2025)                                                                                Traducción de Sofía Caminos y Sofía Leibovich