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martes, 5 de diciembre de 2023

Cuatro poemas de Piedad Bonnett

 


BIOGRAFÍA DE UN HOMBRE CON MIEDO

 

Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.

Pero pronto también

le recordaron los deberes de un hombre y

le enseñaron

a rezar, a ahorrar, a trabajar.

Así que pronto fue mi padre un hombre bueno.

(“Un hombre de verdad”, diría mi abuelo).

 

No obstante

—como un perro que gime, embozalado

y amarrado a su estaca—, el miedo persistía

en el lugar más hondo de mi padre.

De mi padre,

que de niño tuvo los ojos tristes y de viejo

unas manos tan graves y tan limpias

como el silencio de las madrugadas.

Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.

De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre

todo lo que su corazón desorientado

sabía dar. Y entre ello se contaba

el regalo amoroso de su miedo.

Como un hombre de bien mi padre trabajó cada mañana,

sorteó cada noche y cuando pudo

se compró a cuotas la pequeña muerte

que siempre deseó.

La fue pagando rigurosamente,

sin sobresalto alguno, año tras año,

como un hombre de bien, el bueno de mi padre.

 

 


ORACIÓN

 

Para mis días pido,

Señor de los naufragios,

no agua para la sed, sino la sed,

no sueños

sino ganas de soñar.

Para las noches,

toda la oscuridad que sea necesaria

para ahogar mi propia oscuridad.

 

 


FOTOS

 

Al otro lado del teléfono

mi hermana habla de fiordos, de glaciares,

de rías, de bahías,

de “sastrugis”

 (que son dunas de nieve).

No puedes —dice— ni imaginar los matices del blanco,

su belleza.

Y anuncia fotos, muchas fotos.

Yo no la decepciono:

también me agito, muestro mi deseo

de ver a su regreso

lo que no alcanzan a decir sus palabras.

 

No le digo a mi hermana lo que en su fondo sabe:

que lo que quiere atar allá se queda;

que en su maleta

ya se comienza a derretir la nieve;

que no hay segundos tiempos,

que escribimos historias

con flores disecadas y mariposas muertas

que asfixian con su polen nuestros días.

Le digo en cambio

que aquí estoy, esperando su promesa

 

 


LECCIÓN DE SUPERVIVENCIA

 

Nada hay de bello en el pepino o carajo de mar.

Es, en verdad, un animal sin gracia,

como su nombre.

En el fondo de los grandes océanos,

inmóvil, blando, amorfo,

permanece

condenado a la arena,

y ajeno a la belleza que encima de su cuerpo

despliega el mar.

Se sabe que

cuando el pepino de mar huele la muerte

en el depredador que lo amenaza,

expele

no sólo su intestino

sino el racimo entero de sus vísceras,

que sirven de alimento a su enemigo.

Con un limpio ritual

huye el pepino de aquello que amenaza con dañarlo.

Para sobrevivir queda vacío.

Liviano ya de sí y libre de otros

muda de ser.

 

Y poco a poco

sus entrañas

se recomponen.

Y vuelve a ser, en letargo de sal,

una entidad en paz que vive a su manera.




De Poesía reunida (Lumen, 2016)

 

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